ESO ES TODO, AMIGOS
Como en todas las cosas humanas, el comienzo es fácil de historiar, pero el final es impredecible. ¿Quién lo iba a imaginar? Podía haber esperado a un número redondo, por ejemplo, el trescientos. Pero hoy, cuando llegamos al apunte doscientos noventa y nueve, me encuentro con que la agenda ha agotado sus páginas y esta es la última. No sé si Zalabardo llegará a comprar un nuevo cuaderno, pero no seré yo quien se lo pida.
Quisiera que la despedida fuese serena, como el ocaso de la imagen que he escogido. La tomé un tranquilo atardecer del pasado verano en el parque de Valonsadero, cerca de Soria. Aquietado tenía el ánimo y así quisiera estar siempre, pero no está en nuestras manos disfrutar de manera continuada tal sosiego, que ese es un bien que nos concede Fortuna y ya se sabe que esta es inconstante y mudable.
¿Que razón hay para no forzar a Zalabardo a que adquiera otra agenda? Más que nada, cansancio y la conciencia de haber completado un proyecto. Han sido casi trescientos apuntes, año y pico de escritura casi diaria y temo llegar a cansar. Desde hace un tiempo, me cuesta más esfuerzo cada apunte; me siento ante la pantalla y temo repetirme. Me digo: de eso ya he hablado; ese tema ya lo he desarrollado. De alguno, me ha quedado la sensación de algo forzado. Y no quiero pecar de prolijo ni cansar, que bueno está lo bueno.
Creo haber sido claro en todos mis comentarios y haber dicho lo que quería decir. Si alguna vez no se me ha entendido, le culpa, sin excepción, ha sido mía, nunca de Zalabardo. Si alguna vez alguien se ha sentido aludido o dolido en un comentario, de verdad que lo siento y pido con sinceridad perdón por ello, pues nunca en mi ánimo ha tenido cabida la intención de herir. Por otro lado, es mucho lo que tengo que agradecer, sobre todo a quienes, alguna vez que otra, han perdido una porción de su tiempo (y ahora puedo deciros que a toda persona le llega un momento en que todo tiempo le resulta escaso) en leer mis descabalados comentarios y mis charlas con Zalabardo.
Este agradecimiento del que hablo se dirige a cualquier lector, incluso al desprevenido que por una sola vez y por casualidad se haya topado con esta página; pero quiero hacer especial mención de los amigos que me han seguido, más por favor suyo que por mérito de Zalabardo o mío. Y entre los agradecimientos especiales quiero individualizar los referidos a tres corresponsales: a José A. Garrido, compañero, que me ayudó a ver que no hay que ser tan cáustico; a Mari Paz, alumna de la Universidad de Málaga, que confiaba en mí, un desconocido, para hacer sus consultas; y a Andrés, el Viejo de la Colina, y su peña de amigos, continuado contrapunto de las anotaciones de esta agenda. He de decirles que el café que me ofrecían lo he disfrutado a su salud como si hubiera estado junto a ellos y que les doy las gracias.
Creo ya llegado el momento del adiós. Y como nunca debemos decir de esta agua no beberé, no afirmaré que el adiós sea para siempre. Pudiera que, pasado un tiempo prudencial, sienta nostalgia y decida retomar la página, aunque eso, ahora, no lo sabe nadie, ni yo mismo. Así que, en mi nombre y en el de Zalabardo, muchas gracias a todos y un abrazo cordial.
Como en la terminación de aquella serie de dibujos, eso es todo, amigos.