lunes, diciembre 21, 2009

FEMINICIDIO

Leyendo una información sobre el caso de la desaparición de mujeres en la mexicana Ciudad Juárez, y la posterior aparición de las mismas violadas y muertas, me di de bruces, en el mismo titular, con el sustantivo feminicidio, que el redactor escribe entre comillas, consciente de que es una palabra que no existe. En efecto, por mucho que busquemos, no la vamos a encontrar en ningún diccionario. Sin embargo, nadie tendrá inconveniente para entender su significado de forma inmediata. Hoy mismo me la he vuelto a encontrar, ya repetidamente utilizada en el cuerpo de otra información relacionada con el caso.
¿Cómo y por qué surge esta palabra? Todo es debido a un proceso muy fácil: el carácter articulado del lenguaje consiste en que, en un primer nivel de articulación, sus signos se descomponen en partes menores que pueden agruparse con otras para formar signos nuevos. Así, del latín caedo, 'matar', se genera el sufijo español -cidio, 'muerte causada a' que, unido a diferentes raíces da lugar a palabras como suicidio, 'muerte causada a sí mismo', regicidio, 'muerte causada a un rey', tiranicidio, etc.
Entonces, feminicidio es un vocablo totalmente válido, me inquiere Zalabardo. Y yo le contesto que sí, pero... Y de este pero me quiero ocupar hoy. Porque feminicidio es una muestra clara de cómo con el tiempo las lenguas van cambiando, esto se ha dicho aquí hasta la saciedad, y las palabras alteran, pierden, modifican, diluyen o amplían sus significados. Y los hablantes, que no tienen por qué conocer el origen de todos los términos, ayudan bastante en estas alteraciones de las que hablo.
Empecemos: feminicidio significa 'muerte causada a una mujer por otra persona'. ¿Y qué se dice cuando se provoca la muerte de un varón? Pues resulta que no hay palabra para ello, pues lo más próximo que en nuestra lengua tenemos es homicidio, que, respetando su etimología, significa 'muerte causada por una persona a otra'; es decir, muerte de un varón o de una mujer. ¿Qué es lo que ha pasado? Pasa que, en el lenguaje corriente, el significado de hombre, que según la primera acepción del DRAE es 'ser animado racional, varón o mujer', se ha deslizado paulatinamente hacia la segunda, 'varón, ser humano de sexo masculino'.
Echemos una ojeada al latín. En la lengua de Roma, homo significa 'perteneciente al género humano', de humus, 'tierra', por lo que homo es igual que 'procedente de la tierra'. Y a su vez, homo es el hiperónimo, palabra que en su significado contiene el de otras palabras, de vir, 'varón' (o mas, 'macho', referido a animales), y mulier, 'mujer' (o femina, 'hembra' tanto para personas como para animales, puesto que el significado último de femina es 'la que amamanta'). O sea, que tanto hombre, masculino, como persona, femenino, designan por igual al varón y a la mujer.
¿Qué ha pasado?, repito. Pues que hombre ha volcado su inicial significado hacia el de 'varón' de tal manera que ha sido este último el que parece predominar en la conciencia de muchísimos hablantes. Tanto que, en una época tan reivindicativa de dejar bien marcados la función y el valor de la mujer, incluso en el lenguaje, el redactor del titular del que hablo se ha creído en la necesidad de crear el término feminicidio sin saber, o a lo mejor sabiéndolo, que lo que pretende decir está ya contenido en homicidio.
Ese es el pero que yo oponía a la consulta que me hacía Zalabardo. Aun así, que feminicidio triunfe o no, que acabe imponiéndose o no, no es ningún grave problema ni, por supuesto, es como para rasgarse las vestiduras. Hay cosas, por el contrario, que sí claman al cielo. Ayer mismo leía en un periódico digital, y de forma reiterada, que el obispo había *reconvinado públicamente al PNV por su postura [ante la cuestión del aborto]. Al parecer, quien escribiera eso olvidaba, quiero pensar que sea eso, que estaba usando el verbo reconvenir, derivado de venir, y cuyo participio es reconvenido y no reconvinado.
Pero como se nos echa encima la Navidad y esta mañana llueve de forma que es una bendición, por la falta que hace, Zalabardo me pide que no reconvenga a nadie con dureza, sino que desee paz y felicidad a todos. Descansaremos unos días y, pasadas las fiestas, estaremos de nuevo aquí.

viernes, diciembre 18, 2009


UNA GRAMÁTICA EDUCADA

Hablaba el otro día de que la nueva gramática editada por las Academias tiene un carácter prescriptivo, es decir, indica la conveniencia o inconveniencia de determinados usos y giros. Lo que ya no decía es la manera en que hace tal cosa. Si no estoy equivocado, era Ignacio Bosque quien explicaba que, en un principio, habían acordado seguir el criterio del Diccionario panhispánico de dudas y hablar de usos correctos e incorrectos según los casos, pero que luego pensaron que era mejor hablar de usos aconsejables o no aconsejables. Es, sin duda, una forma cortés de avisar lo que se puede y lo que no se puede hacer cuando nos servimos de nuestro idioma.
Me dice Zalabardo que a él le hubiese parecido mejor calificar de incorrecto lo que no se debe hacer para que a nadie quede la duda de si todo depende del criterio particular de cada hablante. Le contesto que a mí me parece igual una cosa que otra porque cada vez estoy más convencido del desinterés que sienten hacia la gramática quienes más debieran ajustarse a ella, es decir, todos aquellos que trabajan primordialmente con el lenguaje y, son, por ello, modelos que mucha gente común imita: políticos, periodistas, políticos..., sin que dejemos atrás, siento decirlo, a bastantes profesores. En los periodistas el hecho es muy grave por la sencilla razón de que casi todos los medios disponen de un Libro de estilo que, lamentablemente, también se olvida. Y en los profesores no digamos, dado que ellos son quienes proporcionan la primera formación a los jóvenes.
Creo que en estas notas se ha hablado con anterioridad de la cantidad de errores que se cometen en el uso de los pronombres personales átonos. Los profesores de lengua saben bien las dificultades que los alumnos encuentran para dominar el sistema pronominal. A este propósito, pienso que mejor que insistir demasiado en la teoría gramatical sería un aprendizaje práctico (para eso sirven los ejercicios de redacción). De todas, formas, tal vez en las facultades de periodismo habría que insistir más en todas estas cuestiones (evitación de leísmos y similares, construcciones con se, duplicación de los pronombres, etc.)
Me quiero fijar hoy en este último caso, que es, me parece, uno de los que hace incurrir en mayor número de errores. Sobre todo, con la duplicación del pronombre le. Escojo para ello un texto leído el domingo pasado: Siempre pensé que la serie le gustaría a los niños aunque no sabía si los adultos le darían una oportunidad porque no existía algo así. Veamos primero, por si alguien no lo tiene claro, qué es eso de la duplicación. Lo explica así la nueva Gramática: "Se llama duplicación el proceso sintáctico que permite la aparición conjunta de un pronombre átono acusativo o dativo junto con su variante tónica o junto con el grupo nominal al que se refiere" (§ 16.14a). Según eso, hay duplicación en lo vieron a él y en le preguntaré al profesor.
Lógicamente, se entiende que el pronombre átono debe presentar concordancia con el tónico o con el grupo nominal al que se refiere. Lo leemos en la Gramática: "Los pronombres átonos concuerdan con los tónicos, o con el grupo nominal al que hace referencia en las construcciones reduplicadas [...] Sin embargo, es frecuente que los pronombres átonos en dativo de tercera persona del singular dupliquen en la misma oración a un grupo nominal con a construido en plural: *le dio manises a los monos" (§ 35.2j). "No obstante, en los registros formales se aconseja mantener la concordancia de número entre el pronombre dativo y el grupo nominal o pronombre tónico al que se refiere: les dije la verdad a los policías" (§ 35.2k). Creo que está bastante claro; la gramática académica se hace eco de la frecuencia del uso incorrecto, pero con ese se aconseja deja dicho qué es lo correcto.
Y mucha gente se pregunta: ¿tanta importancia tiene eso? Vamos a verlo con el ejemplo que traigo hoy. En él se dice le gustaría y le darían. ¿A quiénes se refieren esos le? La referencia del primero es a los niños, lo que quiere decir que debería haberse escrito, de acuerdo con lo leído más arriba, les gustaría a los niños. Si en este primer caso hay un error, ¿quién nos dice que no lo hay también en el segundo? Sin embargo, al fijarnos con atención, notaremos que el segundo se refiere a un grupo nominal omitido, la serie, que era sujeto de gustaría, pero complemento indirecto de darían, y que se omite porque ya ha aparecido antes, por lo que esta vez es correcto (le darían una oportunidad a la serie).
A causa del primer error, nos encontramos con una frase que pudiera tener dificultades para su comprensión. ¿Cuestión simple? Tal vez sí, pero para aclararla cuando tengamos dudas está la gramática, que esta vez se nos presenta no antipática, como decía Valle-Inclán, sino muy educada.

lunes, diciembre 14, 2009

PIRATAS
Zalabardo y yo mantenemos frecuentes conversaciones. Esta mañana, durante el paseo, hacía tanto frío que hasta se quitaban las ganas de hablar. Pero, aun así, lo hemos hecho sobre lo mucho que, siendo ambos niños, nos gustaban los libros de aventuras. Él me decía que los que más le atraían eran aquellos en que se combinaba la aventura con lo que pudiésemos llamar literatura de anticipación, es decir, las novelas de Julio Verne; en cambio, a mí los que más me llamaban la atención eran los de piratas, al estilo de Emilio Salgari. No obstante, uno y otro coincidimos en manifestar un aprecio especial hacia un título concreto, La isla del tesoro, de Robert Louis Stevenson. El otro día, leía en un artículo de José Mª Guelbenzu que Stevenson es el mejor contador de historias que ha dado la literatura inglesa. No me atrevo a decir ni que sí ni que no, pero no me extrañaría que dicho juicio sea acertado.
Comentaba con Zalabardo que esa novelita de referencia me la leí más de una vez e, incluso ya de mayor, varias veces he vuelto sobre ella. El recuerdo primero que me viene a la mente es el de estar metido en cama curando una gripe mientras la leía. Entonces, me imaginaba ser el propio Jim Hawkins tratando de hallar en la isla el tesoro escondido del pirata Flint mientras luchaba en su interior con esos sentimientos encontrados de atracción y rechazo hacia la figura de John Silver, el Largo, según las circunstancias cambiantes del desarrollo de la aventura. Todavía hoy, pese a todo, conservo un cierto aprecio por la figura de este pirata.
Los piratas de nuestras lecturas, más de las mías, como dejo dicho, eran figuras de intenso carácter romántico, seres a quienes una traición o un tratamiento injusto había llevado a ese camino, aunque su comportamiento dentro del filibusterismo estuviese todo él repleto de connotaciones positivas. Tal sucede con el Capitán Singleton, de Defoe, con el Capitán Blood, de Sabatini, o con Sandokán y con Emilio de Roccabruna, el Corsario Negro, de Salgari. A unos los conocí directamente por las lecturas, a otros por el cine; pero a todos los recuerdo con cariño.
En un momento de la charla, Zalabardo me decía que, aunque siempre los piratas fueron piratas, y por tanto delincuentes, la literatura y el cine nos han dado de ellos una imagen que quizás no haya existido nunca. No tienes más que atender, me sugería, al problema de los piratas que en el presente vuelven a actuar en las costas de Somalia y de los que tanto se habla ahora, sobre todo después del secuestro del atunero Alakrana. ¿Tú crees que alguna vez existió un pirata que buscase el bienestar de los más desfavorecidos? Los piratas, decía, siempre han sido malvados, como lo era John Silver, que solo mostraba buena cara cuando quería atraerse a los incautos como Jim Hawkins.
De pronto, la conversación dio un giro porque a mí se me ocurrió preguntarle por la piratería en el caso de las descargas ilegales en Internet. A decir verdad, en un principio lo dejé sin palabras, porque no esperaba tal pregunta, según iba la conversación; pero se rehizo pronto y me dijo muy serio: Yo de eso no entiendo.
¿Y quién diablos entiende entonces? Porque resulta que oyes a unos y a otros y todos parecen tener la razón. Y eso, al menos a mí, me crea un conflicto mental bastante complejo. Trato de plantearme algunas de las cuestiones que el tema genera y no sé a qué carta quedarme. A veces me parece que la postura de la SGAE es antipática, por lo que pesa mucho en el sesgo que con frecuencia toma el conflicto; otras, creo que se limita a defender los intereses de sus asociados. En cualquier caso, hay suficientes aspectos en el tema que me provocan esta actitud de no saber qué pensar:
Si nos cobran un canon, un sobreprecio, por cada cedé que compramos, sin entrar en la cuestión de qué uso le daremos, sino prejuzgando que lo utilizaremos para una copia pirata, ¿por qué va a ser ilegal dicha copia?
Por otra parte, pienso que el derecho de autor debiera ser sagrado. Si un peluquero, un verdulero, un taxista, etc., nos cobra por el servicio que nos presta, ¿por qué el trabajo de un artista (novelista, cantante, autor...) no ha de ser remunerado por todo el que se sirva de él?
En el caso de un disco, o de una película, un libro, ¿es su precio tan abusivo como para que busquemos acceder a sus contenidos por otros medios? ¿Qué beneficios generan y quién se queda con la parte del león? ¿De qué manera se suprimirían tales abusos, si es que los hay?
Si el dueño de una casa la puede legar a sus descendientes sin ningún tipo de restricción, ¿por qué un novelista, por ejemplo, no puede legar los beneficios de su trabajo para siempre y sus derechos prescriben después de un tiempo?
¿Es verdad que el principio de libertad lo justifica todo, "todo", en Internet?
Podría seguir planteando cuestiones como esas, o parecidas, pero, ya digo, no tengo respuesta para ninguna. De todas formas, yo, que antes me descargaba archivos de música o de vídeo sin ninguna clase de remordimiento, ahora me lo empiezo a pensar.

jueves, diciembre 10, 2009


A VUELTAS CON EL GÉNERO (¿FINAL?)
Hace solo unos días que salió a la venta la Nueva gramática de la lengua española, obra de interés capital por diferentes motivos: porque viene avalada por las veintidós Academias de la lengua, lo que la hace válida para todo el ámbito hispánico; Porque viene a cubrir un vacío notable, ya que nuestra lengua se regía por una Gramática redactada en 1931, es decir, hace casi ochenta años; por su magnitud y alcance, pues su redacción se ha dilatado durante los últimos diez años y los dos tomos aparecidos ahora, falta el dedicado a la fonética, suponen más de tres mil ochocientas páginas; y por su naturaleza, pues al carácter descriptivo (dice cómo funciona la lengua) añade el prescriptivo (señala qué usos son correctos y cuáles deben ser desechados).
Estando el primer capitulo dedicado a cuestiones de carácter general y de presentación de la obra, el segundo se le dedica al género. Ignoro si es algo premeditado o casual. En cualquier caso, el género es una de las cuestiones lingüísticas de mayor calado planteada en los últimos años. Y aunque Zalabardo me avisa que ya hemos dedicado muchos de estos apuntes a tal tema, me resisto a dejar pasar cuál es la opinión de la gramática oficial de nuestra lengua y, por tanto, de las veintidós Academias que la sustentan.
Primero, sobre la confusión entre género gramatical y sexo: "El género es una propiedad de los nombres y de los pronombres que tiene carácter inherente y produce efectos en la concordancia con los determinantes, los cuantificadores, los adjetivos" (§ 2.1a). "Con muchos sustantivos que designan seres animados, el género sirve para diferenciar el sexo del referente" (§ 2.1b). "Aun así, a algunos sustantivos que designan seres sexuados [testigo, cónyuge, pianista...] les corresponde más de un género" (§ 2.1b, § 2.4a).
Segundo, sobre el valor genérico del masculino: "El género no marcado en español es el masculino [...] La expresión no marcado alude al miembro de una oposición binaria que puede abarcarla en su conjunto [...] En la designación de los seres animados, los sustantivos de género masculino no solo se emplean para referirse a los individuos de ese sexo, sino también -en los contextos apropiados- para designar la clase que corresponde a todos los individuos de la especie, sin distinción de sexos" (§ 2.2a). "Es habitual en las lenguas románicas, y también en las de otras familias lingüísticas, usar el plural de los sustantivos masculinos de persona para designar todos los individuos de la clase o el grupo que se menciona, sean varones o mujeres" (§ 2.2b).
Tercero, sobre la inconveniencia del desdoblamiento genérico y usos afines: "En el lenguaje de los textos escolares, en el periodístico, en el político, en el administrativo y en el de otros medios oficiales, se percibe una tendencia reciente [...] a construir series coordinadas constituidas por sustantivos de persona que manifiesten los dos géneros (a todos los vecinos y vecinas...) [...] Exceptuados los usos [en que el desdoblamiento se interpreta como señal de cortesía: señoras y señores, amigos y amigas...] el circunloquio es innecesario cuando el empleo del género no marcado es suficientemente explícito para abarcar a los individuos de uno y otro sexo" (§ 2.2f). "Algunos han negado que el uso genérico del masculino esté asentado en el idioma y sugieren en su lugar nombres colectivos o sustantivos abstractos [...] Son más los que han hecho notar que estas sustituciones son imperfectas desde el punto de vista léxico o desde el sintáctico, [...] inadecuadas [y] empobrecedoras. No equivalen, en efecto, mis profesores a mi profesorado, nuestros vecinos a nuestro vecindario, los amigos a las amistades, los ciudadanos a la ciudadanía..." (§ 2.2i).
Cuarto, sobre los nombres comunes en cuanto al género y relativos a profesiones, títulos y actividades. "Se ha comprobado que la presencia de marcas de género en los nombres que designan profesiones o actividades desempeñadas por mujeres está sujeta a cierta variación [...] La lengua ha acogido bedela, coronela, edila, jueza, médica o plomera, pero estas y otras voces similares han tenido desigual aceptación" (§ 2.6a). "Otros sustantivos de persona que designan cargos, títulos, empleos, profesiones y actividades diversas, y hacen el masculino en -o [muchos de ellos considerados antiguamente comunes en cuanto al género] presentan el femenino en -a: abogado/abogada, árbitro/árbitra, médico/médica, magistrado/magistrada, torero/torera..." (§ 2.6f).
A todo lo anterior me gustaría añadir las palabras de Víctor García de la Concha, director de la Real Academia Española, a propósito del tema: "Se confunde el sexo con el género y se fuerza algo que contradice una ley básica. la economía de la lengua, decir con la menor cantidad de palabras posible la mayor cantidad posible de ideas". A lo que añade Ignacio Bosque, ponente de la recién nacida edición de la Gramática: "Lo curioso es que nadie dice voy con mis hijos y con mis hijas a que jueguen con tus hijos y con tus hijas. Los mismos que dicen los vascos y las vascas dicen luego ayer fui con unos amigos a cenar. ¿Por qué? Porque no tienen un micrófono delante".
Le digo a Zalabardo que, tras todo esto, yo nada tengo que añadir y que espero que esta sea la última vez que el tema se asome a estas páginas. Me hace un gesto de incredulidad y esboza una socarrona sonrisa.

jueves, diciembre 03, 2009

A VECES VEO COSAS

Que todo el mundo permanezca tranquilo. Ni yo poseo un sexto sentido que me lleve a ver lo que otros no alcanzan, ni lo posee Zalabardo; al menos que yo sepa. A estas alturas, sería una sorpresa bien grande para mí, después de andar tantos años juntos por ahí.
Simplemente sucede que noto de un tiempo a esta parte que algunos de los apuntes tienen un aire de seriedad algo extrema que se desdice con lo que en su origen esta agenda quería ser. Cuando Zalabardo decidió cedérmela para que yo fuese rellenando sus hojas, prometí no adoptar actitudes excesivamente trascendentalistas, que los contenidos se expondrían con un aire desenfadado y más tirando hacia la sonrisa que hacia el rostro serio.
También decía que los apuntes versarían básicamente sobre cuestiones relacionadas con el lenguaje aunque no descartaba, por supuesto, comentarios sobre actualidad, medio ambiente y otros temas diferentes. En ese aspecto creo que voy cumpliendo, pese a esa actitud que digo que resulta posiblemente más seria de lo que debiera. Y mira que Zalabardo, que vigila hoja por hoja todas las que escribo, no deja de avisar, especie de conciencia a lo Pepito Grillo, cada una de mis desviaciones del camino al inicio prometido.
Yo bien quisiera hacerle caso en cada una de las ocasiones en que me da un tirón de orejas, porque nada me disgustaría más que aparecer aquí como un censor severo o un impertinente crítico de costumbres y usos. Ya hay otros que se dedican a eso y que lo hacen bien (o al menos se lo creen), con su chispita de acrimonia y todo. Aunque luego metan la pata como estamos comprobando por algunos casos recientes.
Pero, ya digo, a veces veo cosas. Puede ser en la calle o en la tele. O las leo en la prensa o las oigo en la radio. Y algo me lleva a dejar, también yo, mi comentario, como cualquier tertuliano de esos de los que tantos hay por ahí. Zalabardo me dice en tales ocasiones: "Contente, cuenta hasta diez y, luego, decide." Y cuento, a veces, hasta veinte incluso. Pero la carne es débil y cedo a la tentación. Luego, a lo mejor me digo: "Te deberías haber quedado callado." O me suelta Zalabardo: "¿Ves lo que te decía?"
En cambio, cuando uno se dedica solo a comentar, digamos, por ejemplo, el papel de los semicultismos, o de las etimologías populares, o de las metátesis (o sea, el cambio de lugar de una sílaba o un fonema dentro de una palabra) en la formación del español, podría conseguir hasta que lo tildaran de ocurrente por contar determinadas historias. Como la de que el semicultismo Mérida, procedente del latín Emérita, evitó que el nombre de la bella ciudad extremeña deviniese en Mierda, que era el proceso fonético lógico. O la de que destornillarse (en lugar de desternillarse) no es más que una etimología popular porque se piensa derivada de tornillo y no de ternilla, que es lo suyo.
Cualquiera que haya estudiado filología, y yo lo hice utilizando como manual la Gramática histórica del español, de don Ramón Menéndez Pidal, sabe estas cosas. Como también que, a causa de una metátesis, parábola dio en español palabra en lugar de *parabla, que era lo que procedía; o que periculu derivó en peligro en lugar de en *periglo; o que de appetorare nos viene apretar y no *apetrar y de bifera, breva y no *bevra. Todo ello, ya digo, por la metátesis, mire usted por dónde.
¿Y qué fue de esta señora metátesis, tan juguetona? ¿Se jubiló ya como estos dos carcamales que somos Zalabardo y yo? Pues no, que sigue vivita y coleando y más lozana que un clavel en abril. Lo que sucede es que los cambios en la lengua se producen con mucha lentitud. Cada día con más, porque la lengua escrita hace que las formas tiendan a permanecer inamovibles. Y en nuestros tiempos, la influencia de la norma escrita y hablada (la fuerza de los libros, la prensa, la radio, etc.) es tanta, que resulta más complicado que triunfe cualquier cambio de estos de los que hablamos.
Sin embargo (¿por qué siempre habrá un sin embargo?), la metátesis, como digo, sigue terne entre la gente común y corriente y eso es lo que nos lleva a decir muchas veces Grabiel, cocreta, dentrífico, metereólogo, presignarse, en lugar de Gabriel, croqueta, dentífrico, meteorólogo o persignarse, que son las formas correctas.
Zalabardo se ha plantado ante mí y me espeta muy ufano: "¿Te ha costado tanto? ¿Ves cómo es posible escribir también de cosas intrascendentes e irrelevantes?" No tengo respuesta porque, como casi siempre, sé que tiene razón. Pero le digo que comprenda también mi postura, porque, a veces, es inevitable ver cosas y no sé si se deben cerrar los ojos ante ellas.

martes, diciembre 01, 2009

SOBRE DIOS Y EL CÉSAR

Hablo con Zalabardo de que, cuando una situación se dilata durante mucho tiempo, se crean unos tics que son difíciles de eliminar y que, en consecuencia, perduran, también, durante mucho tiempo. No excluimos a nadie, pues las personas somos animales de costumbres y ya se sabe que algunas de estas costumbres cuesta desterrarlas.
Cuando en clase explicaba a mis alumnos la resistencia al cambio del lenguaje administrativo y jurídico, solía contarles aquella anécdota del Ayuntamiento de Córdoba tras el triunfo del Partido Comunista en las primeras elecciones municipales de nuestra moderna democracia. El grupo municipal comunista presentó una moción para que se suprimiera de los escritos oficiales aquella fórmula de despedida que decía Dios guarde a usted muchos años, porque no la consideraban propia de un ayuntamiento comunista y ateo. No hubo ningún problema para aprobar la moción; el problema vino después, cuando se vieron incapaces de encontrar otra fórmula que la sustituyera. Ese D.g.u.m.a. era un tic difícil de suprimir.
La Iglesia Católica española, ignoro qué pasará en las de otros lugares, sigue apegada a muchos tics heredados de aquella larga serie de años en que anduvo brazo con brazo unida a las jerarquías civiles. Ni el Estado era capaz de dar un paso sin contar con la Iglesia ni esta dejaba que lo diese. Su poder alcanzaba cotas que hoy cuesta trabajo imaginar.
En un Estado aconfesional y laico no tendría por qué contar la Iglesia, no ya la católica, ninguna de las iglesias, con ningún peso. El estado representa al mundo civil, temporal, mientras que las iglesias representan a un mundo espiritual, supraterreno. Ámbitos diferentes. Así debiera ser y así es en los estados que pudiésemos llamar modernos. Pero sabemos que hay otros en que lo terrenal y lo espiritual se confunden, como las churras con las merinas. Los estados legislan para una sociedad civil; las iglesias, para una sociedad espiritual. ¿Casos en que esto no se da? Por ejemplo, en Italia con la cuestión sobre los crucifijos y otros símbolos religiosos en las aulas de los centros públicos; en España, con el conflicto actualmente planteado en torno al tema del aborto.
Parece que los rectores de nuestra Iglesia Católica se olvidan de aquello que dijo Jesucristo sobre lo que se debía dar a Dios y lo que correspondía al César. De lo que no se olvidan, ya digo eso de los tics, es del poder que en otro tiempo tenían. Parecen añorarlo. Hay quien no se acuerda, hablo a los jóvenes, de la fuerza que tenía la censura eclesiástica no solo en los años inmediatamente siguientes a la guerra civil, sino también en aquellos llamados del tardofranquismo. Quiero traer aquí dos ejemplos para quienes no recuerden aquella época.
El primero me vino al recuerdo al ver el cierre metálico de una tienda de la calle Pozos Dulces, esquina a Compañía. Hubo en tiempos, no sé si perdura, una marca de prendas vaqueras que era Jesus, así, sin tilde. En Italia, uno de sus productos se anunció con la imagen que sirve de cabecera al apunte de hoy. Pues bien, en nuestro país, ese eslogan, Chi mi ama me segua. Jesus, pareció blasfemo por sus connotaciones evangélicas y hubo que sustituirlo por un simple y soso Sígueme, que es el que todavía persiste en la tienda de que hablo.
Al hilo de esta actuación de la censura me vino el otro ejemplo, este de una novela, Tiempo de silencio, escrita por Luis Martín-Santos y que se publicó en 1961 extensamente mutilada. Habría que esperar a la decimosexta edición, de 1980, casi veinte años después, para disfrutar del texto completo, sin los cortes de la censura. Valga este ejemplo de la secuencia 23: el protagonista, Pedro, después de una noche de borrachera ha llegado a la pensión donde vive y la dueña, doña Dora, le ha tendido una trampa para que entre en la habitación de su hija y se acueste con ella, para así obligarlo a que se case. Todavía presa de los vapores del alcohol, Pedro regresa a su habitación y decide echarse agua para espabilar y aclarar las ideas. En el texto de 1961 se leía: Agua fría. Remedios primitivos: la telaraña en la herida, la sábana entre las piernas, la saliva en el mordisco, el pichón abierto en la fluxión de pecho, la sanguijuela en la apoplejía, la purga en el cólico miserere. Los baños purificativos, la resurrección del muerto llevado en el carro que cae al vadear el río, el taurobolio, el baño de sangre bajo el gran ídolo de los sacrificios, la lluvia, la lluvia.
Lo que el autor había escrito, y que no se pudo leer hasta 1980, fue: Agua fría. Remedios primitivos: la telaraña en la herida, la sábana entre las piernas, la saliva en el mordisco, el pichón abierto en la fluxión de pecho, la sanguijuela en la apoplejía, la purga en el cólico miserere. Los baños purificativos, el bautizo, la resurrección del muerto llevado en el carro que cae al vadear el río, la piscina de Siloé, la inmersión de la muchacha jorobada con el mal de Pott en el gluglú de la gruta de lurdes, el taurobolio, el baño de sangre bajo el gran ídolo de los sacrificios, el Jordán con una concha venida de un mar que no está muerto, la voz desde lo alto explicando que este es su hijo muy amado, la lluvia, la lluvia.
Era muy largo el brazo de la censura. Y parece que quiere volver por su fueros. De forma machacona, sigue regresando a mi mente aquello de que lo que no se puede decir no se debe decir. Me comenta Zalabardo que lo peor del caso es que no solo parece querer renacer esta censura eclesial, sino que hay otros muchos tipos de censura que también pugnan por el regreso.