martes, octubre 26, 2010


CUESTIÓN DE CIVISMO


Me encuentra Zalabardo consultando detenidamente un borrador de la (cito completo su pomposo título) Ordenanza para la Garantía de la Convivencia Ciudadana y la Protección del espacio Urbano en la ciudad de Málaga, que el Ayuntamiento de nuestra ciudad ha aprobado recientemente y que comenzará a regir, según creo, el próximo día 1 de noviembre. Tras dejarme, respetuosamente, que concluya su lectura, me pregunta si conozco también el escrito de una sociedad andaluza de juristas denomi-nada Grupo 17 de Marzo. Le contesto que sí, pues ambos textos se encuentran alojados en Internet. ¿Y qué te parecen?, continúa. Le digo que encuentro casi cómico que unos defiendan la Ordenanza y otros pidan su retirada casi con los mismos argumentos.
Los partidarios de su retirada la solicitan porque creen que vulnera derechos fundamentales como los de reunión, manifestación y libertad de expresión. Los defensores, por su parte, afirman que la Ordenanza pretende garantizar la protección de derechos, libertades y seguridad ciudadana además de preservar el espacio público como un lugar de encuentro, convivencia y civismo en el que todas las personas puedan desarrollar en libertad sus actividades de libre circulación, ocio y recreo, con pleno derecho a la dignidad y los derechos de los demás.
Le comento, además, a Zalabardo, que la lectura de esta Ordenanza genera en mí un cierto estupor porque, de un lado, no puedo evitar mi rechazo, lo decía hace unos días, a este gustillo que autoridades de todos los niveles están tomando a eso de prohibir, cuando lo mejor sería proponer medidas educativas; pero, de otro, resulta que me cuesta admitir que la mayor parte de las prohibiciones contenidas en el texto tengan que ser expuestas bajo la amenaza de multa por su incumplimiento. Y es que leo que se prohíbe pintar grafitos en las paredes y en monumentos; arrojar latas y botellas de bebidas en las calles, arrojar chicles, colillas, papeles al suelo; realizar en parques y espacios públicos actividades molestas para el resto de quienes utilizan esos espacios; pegar anuncios y carteles en farolas; maltratar y destrozar el mobiliario urbano; practicar sexo en plena vía pública o en las cercanías de colegios y centros infantiles… Y le pregunto a Zalabardo: ¿es que se hace preciso recordar a alguien que tales conductas son incívicas y, por tanto, reprobables? Pues, desgraciadamente, parece que sí, que hay que recordarlo.
No sé si lo que digo es algo achacable a Málaga en mayor o menor grado que a otras ciudades, pero tengo la impresión de que en esta ciudad, y posiblemente en otras, se ha perdido aquello que en otros tiempos se llamaba urbanidad y civismo. Cito una experiencia de hace unos días. En el monte Victoria, el famoso de Las Tres Letras, se había aplicado, hace tan solo dos o tres meses, una actuación de adecentamiento y mejora. Se construyó un pequeño mirador desde el que se podía disfrutar de una bellísima panorámica de la ciudad; se habían plantado renuevos de árboles; se habituó una escalera rústica para acceder a la cima sin tener que cruzar por el más dificultoso paso de la zona de las antenas que allí se levantan. Pues bien, el otro día comprobé que el mirador ha sido destrozado y los troncos con los que se hizo el barandal están arrojados de cualquier manera por el suelo; que gran número de plantones han sido arrancados; que todo está lleno de bolsas de basura, latas, botellas de plástico. Mientras bajaba, meditaba: ¿Una ciudad así quiere ser capital europea de la cultura?
Pero lo que digo del monte Victoria vale para cualquier calle, plaza, parque o barrio. Vivimos en una ciudad sucia. Aunque haya papeleras cerca, arrojamos la basura por el suelo. Vemos a un barrendero limpiando una acera y no nos ruboriza arrojar al suelo en su cara cuanto nos sobra, sea un paquete de tabaco vacío o cualquier papel que nos estorbe en los bolsillos. Por las aceras hay que caminar saltando entre las deyecciones de los perros para evitar pisarlas. Y eso, cuando esas aceras no están ocupadas por la terraza de una bar ¿Y cómo vamos a sentarnos en el césped de un parque si nos arriesgamos a hacerlo sobre una mierda?
En mis diarios paseos compruebo cómo se inutilizan los aparatos de gimnasia que se van colocando por todas partes, cómo se destrozan esas mesas de ping-pong o esos tableros de damas de que se dotan muchos parques y paseos. Cómo se llenan las farolas, semáforos, incluso árboles, de anuncios de todo tipo. ¿Habéis visto como se han pegado carteles anunciadores de la reciente huelga en todos sitios, sin el menor respeto al soporte sobre el que se fijaban? No sé cuántos kilómetros de carril-bici ha habilitado el Ayuntamiento. Una inmensa cantidad de ciclistas los desprecian olímpicamente y siguen rodando, algunos a velocidad temeraria, por las aceras, para terror de los viandantes. El cauce del río Guadalmedina está sucio a más no poder (el lugar por donde lo cruza la avenida de Valle-Inclán, por citar un ejemplo, es un auténtico vertedero).
¿Y Málaga quería ser capital europea de la cultura?, me pregunto de nuevo. Por suerte o por desgracia, en esa carrera ya nos han eliminado.
Y, en estas, el Ayuntamiento nos sale con una Ordenanza para la Convivencia. ¿Lo hace porque es la última moda de actuación en los municipios españoles? Ahora habrá que ver si pueden ponerla en práctica. El reto no es redactarla y aprobarla; el reto es conseguir que se cumpla.
Zalabardo me pide que me tranquilice y me solicita permiso para expresar su desacuerdo con algunos aspectos de la Ordenanza. Me dice que, sobre todo, encuentra desproporcionadas las multas. No ya porque objetivamente lo sean, sino porque mejor que una sanción económica, él hubiese aplicado sanciones de servicios a la comunidad: quien rompa, que reponga o arregle; quien ensucie, que limpie; quien sea incívico, que se someta a tareas de reeducación. Y cosas así.
Creo que no estaría mal.

martes, octubre 19, 2010

EL CUADERNO ESCONDIDO. 05. UNA CALLE Y UN BALCÓN (Leyendo a Pablo Neruda)


La calle era estrecha y sinuosa. Los balcones, en primavera, se tornaban un estallido de fragancia y color por las macetas que delicadamente regaban suaves manos femeninas. Apenas era mediodía cuando el joven, de tan solo quince años, pasó por allí. Fue entonces cuando, en uno de esos balcones, se produjo el milagro. Una joven —tendría su misma edad o tal vez uno o dos años menos—, apareció orlada por el aroma y el cromatismo de las flores, mostrando el brillo de sus ojos negros y los blancos dientes que quedaban al descubierto gracias a la risa franca que iluminaba su cara.
Nuestro joven no imaginaba qué pudo haber provocado aquella risa; posiblemente, alguien a quien no se podía ver le había dicho algo desde dentro. Sintió en aquel momento que nunca hubo risa igual, que solamente los ángeles podían reír de aquella manera. Allí se quedó, prendado de su figura, pero, sobre todo, prendado de una risa que hizo alterarse los latidos de su corazón.
Luego de un instante, la joven reparó en que allí abajo, en la calle, parado, si no paralizado, estaba él mirándola y su rostro recuperó de inmediato la seriedad. Le dirigió una breve y displicente mirada y desapareció del balcón. Él permanecería en el mismo lugar un largo espacio de tiempo, pero ella no volvió a salir.
Entonces decidió que todos los días recorrería aquella calle y que se detendría bajo el mismo balcón con la esperanza de gozar de nuevo de la celestial visión. Confiaba en ver otra vez su pelo negro azabache, el suave destello de sus ojos, la aceitunada tersura de su piel. Pero, sobre todo, pasaría por allí todos los días deseando disfrutar el tesoro de su risa.
Indagó en la vecindad para saber quién era y cuál pudiera ser su nombre. Nunca llegaría a saberlo, pero en su interior decidió que habría de llamarse María. Su pecho latía con solo imaginar que ella podía salir al balcón y reírse como el primer día que la vio. Unas veces, en el balcón estaba su madre regando las macetas; otras, eran sus hermanas quienes se asomaban cuando pasaba. Pero él quería solo verla a ella y sufría porque no estaba en el balcón cuando pasaba por la calle.
Hubo días en que sí la vio. Algunas veces incluso lo miraba. En su interior creyó que había llegado a adivinar el sentido de su reiterado paso por aquella calle y sus miradas hacia el balcón. Tan es así que durante un tiempo, sobre el mediodía, siempre estaba apoyada en la baranda, se diría que esperándolo. En ocasiones, él llegó a imaginar que esbozaba aquella risa que era su tormento. Hubiese querido hablarle, y hasta juraría que ella lo incitaba a hacerlo. Pero nunca tuvo valor. Simplemente la miraba con la esperanza de sentir su risa hasta que se escondía dentro de la casa.
Hasta que un día dejó de verla. Ya no se asomaba al balcón. Durante mucho tiempo mantuvo su diario deambular por aquella calle, pero ella nunca más salió. El joven se quedó tan solo con el recuerdo de una risa, que aún hoy, después de largos años, esplende en su corazón.



Pablo Neruda (1904-1973): Tu risa (Los versos del capitán)


Quítame el pan, si quieres,
quítame el aire, pero
no me quites tu risa.

No me quites la rosa,
la lanza que desgranas,
el agua que de pronto
estalla en tu alegría,
la repentina ola
de plata que te nace.

Mi lucha es dura y vuelvo
con los ojos cansados
a veces de haber visto
la tierra que no cambia,
pero al entrar tu risa
sube al cielo buscándome
y abre para mí
todas las puertas de la vida.

Amor mío, en la hora
más oscura desgrana
tu risa, y si de pronto
ves que mi sangre mancha
las piedras de tu calle,
ríe, porque tu risa
será para mis manos
como una espada fresca
.
Junto al mar en otoño,
tu risa debe alzar
su cascada de espuma,
y en primavera, amor,
quiero tu risa como
la flor que yo esperaba,
la flor azul, la rosa
de mi patria sonora.

Ríete de la noche,
del día, de la luna,
ríete de las calles
torcidas de la isla,
ríete de este torpe
muchacho que te quiere,
pero cuando yo abro
los ojos y los cierro,
cuando vuelven mis pasos,
niégame el pan, el aire,
la luz, la primavera,
pero tu risa nunca
porque me moriría.

miércoles, octubre 13, 2010



NO SIEMPRE DA ESPLENDOR


Pues ya lo véis. Se ha hecho la luz. Es decir, vuelvo a poder incluir imágenes. Pero aviso que yo no he hecho nada especial. Debía ser asunto del programa. Así que vamos a lo nuestro.
Es común entre la gente corriente (y aplico aquí el adjetivo corriente a todas aquellas personas que no son especialistas en la materia que tratamos) conceder al contenido del DRAE el valor casi de artículo de fe, tal como sucede también a muchas personas respecto a cuanto sale o se dice en la televisión. ¿Viene en el diccionario de la Academia? Entonces no hay más que decir, parece ser para muchos el argumento.
Y no es así. O no debiera serlo, pues, por muy encomiable que sea la tarea de los señores académicos (que lo es) y, en especial, la de los integrantes de la Comisión de diccionarios (no sé ahora si ese es el nombre apropiado), será preciso reconocer que no dejan de ser personas como cualesquiera otras y, por tanto, expuestas a la equivocación. Solo que un simple desliz que cometan ellos es más grave que un error nuestro de mayor bulto.
Me dice Zalabardo que, al afirmar tal cosa, pudiera pecar de presuntuoso, e incluso de pedante, ya que es de suponer que tales señores no solo son expertos en la materia, sino también cuidadosos y prudentes al actuar. De acuerdo, le digo; pero, sin embargo y con mucho respeto, digo también que se pueden equivocar. Y le añado que trataré de demostrárselo.
Resulta que, hace un tiempo (aprovecho todavía recortes del pasado verano), un periodista escribía en su artículo: Soluciones imaginativas son lo que menos busca la Federación, que va a piñón fijo, con orejeras para no ver a los lados. Siempre he tenido entendido ( me crié en un pueblo que se sostenía sobre una economía fundamentalmente agrícola y ganadera) que esas piezas de las guarniciones de las caballerías que impiden que vean por los lados y, así, fijen siempre la mirada hacia el frente, se llaman anteojeras y no orejeras, pese a que hay quien, erróneamente, confunda los términos.
No obstante, se me ocurrió consultar el DRAE y, ¡oh sorpresa!, la cuarta acepción de orejera era esta de la que hablamos. Sin salir de mi asombro (interiormente, y casi arriesgándome a dar la razón a la acusación de Zalabardo, me decía aquello de venceréis, pero no convenceréis) se me ocurrió hacer la consulta pertinente. Era viernes y en la web de la Academia me hallé con que los fines de semana la sección de consultas está desactivada. Por tanto, decidí acudir a la página de la Fundación del Español Urgente (fundeu.es); al día siguiente, recibí una respuesta en la que me decían que tengo razón, pero que el DRAE ha incluido esta acepción de orejera en su edición de 2001, pese a que su uso es muy escaso. O sea, algo así como “si el error está extendido, convirtámoslo en norma”. Llegado el lunes, no obstante, envié la misma consulta a la Academia, que, con igual prontitud, me respondió. ¿Qué me respondieron? Lo que sigue: Se encuentra en el DRAE desde la edición de 2001, si bien se documenta en algunos diccionarios de décadas anteriores por la extensión de su uso. Debo decir que he consultado las ediciones académicas de 1992, 1984, 1970 y 1956; casi cincuenta años. En ninguno de ellos aparece orejera como sinónimo de anteojera. ¿De qué diccionarios hablan?
A lo que quiero llegar es a lo siguiente: ¿Justifica que nuestro actual escaso o casi nulo conocimiento de las guarniciones, aparejos y jaeces de las caballerías deba servir para dar carta de naturaleza a lo que a ojos vista es un error? ¿No sería más aceptable que la Academia dejase clara la diferencia que hay entre unas anteojeras y unas orejeras? El diccionario de María Moliner, por ejemplo, sigue manteniendo las diferencias.
Como Zalabardo me mira con cara de no estar muy convencido, le digo que le quiero poner otro ejemplo. Casi por la misma fecha, me encontré con este otro texto, también en un ejemplar de prensa: Se soltó el campeón del mundo y fue como si el referí de un combate de boxeo hiciera sonar el gong del inicio. ¿Qué pasa con referí? Ni más ni menos que se trata de un americanismo (en algunos países americanos dicen referí y en algunos otros réferi). Como se ve con claridad, es un anglicismo (referee) que se utiliza en lugar de nuestro árbitro. Y como tal americanismo, viene recogido en el reciente e interesante Diccionario de americanismos (más de 2300 páginas) elaborado por la Asociación de Academias de la Lengua Española para dar fin a la pobreza que, en este aspecto, presentaba el DRAE. Como tal americanismo, el Diccionario de Dudas lo recoge para decir que, entre nosotros, lo correcto es utilizar árbitro. Hasta ahí, nada que decir. Pero si consultamos el avance de la vigésima tercera edición del DRAE, nos encontraremos con que allí se le da cabida. ¿Por qué? Lo ignoro. Pero aplicar tal criterio significaría que debiera hacerse lo mismo con todos los americanismos. ¿Para qué entonces la magnífica obra realizada por las Academias?
Zalabardo me mira sonriendo y me dice que, de cuanto llevo dicho, lo único que le ha quedado claro es que, durante el verano, me he limitado a leer la prensa deportiva. Le sonrío a mi vez y le contesto que, a veces, ni eso.

martes, octubre 05, 2010

EL CUADERNO ESCONDIDO. 04. EN LA PLAZA (Leyendo a François Villon)

La plaza se ha ido llenando desde las primeras horas de la mañana. Gorras caladas hasta los ojos, bonetes de cuero, calzones de pana, mandiles en los que por largo tiempo se han ido secando las manos sucias las fregonas, los pescaderos, los zapateros; blusas renegridas, capotes que pretenden ahuyentar el frío, pañuelos atados bajo la barbilla que cubren las cabezas de las beatas que tras haber asistido, casi de madrugada aún, a la primera misa se han unido ahora a toda la muchedumbre expectante.
Mozos con los pies descalzos o con humildes alpargatas, personas adultas, hombres y mujeres que tendrían que estar a estas horas ocupados en otra actividad, pero que no han querido perderse el acto, viejos y viejas, han ido ocupando los tableros horizontales de la talanquera que rodea la plaza para evitar que la multitud se acerque demasiado. Niños desharrapados y con la cara llena de churretes y mocos saltan y se cuelan entre la tablazón del palenque.
En medio de la plaza, se eleva el cadalso que manos de carpinteros habilidosos han levantado durante los últimos días. Los ojos de la multitud se dirigen hacia él mientras esperan que llegue la hora anunciada. Un perro, maltratado por los mozos que ríen de su propia fechoría, lanza tristes gañidos mientras procura en vano encontrar una vía de escape entre la talanquera.
Por todas partes se oyen las voces que lanzan pregones de quienes aprovechan la ocasión para vender agua, o vino, o pasteles de carne. En una zona de la plaza todavía no ocupada por la gente, varias niñas juegan al corro, y en un rincón entre los soportales, una vieja se abre de piernas y descarga su vejiga entre las bromas y gritos soeces de quienes la observan.
Poco antes del mediodía, va extendiéndose entre la gente un rumor anunciador de que la comitiva llega. A los pocos minutos, por una calle lateral aparece un fraile portador de un gran crucifijo al que sigue otro que lanza al aire de la plaza sus rezos en alta voz. Tras ellos, en formación, unos hombres armados y, por fin, rodeados de un retén de lanceros, marchan los condenados, cuatro hombres de edad mediana con las manos atadas a las espaldas. Cerrando la comitiva, un ministro de la justicia, que será el encargado de leer cuáles son los delitos por los que se les castiga.
El gentío ha callado por un segundo, aunque pronto renuevan sus cuchicheos. Sus ojos son atraídos ahora por el afán de adivinar cuáles sean los pensamientos que ocupan la mente de los acusados. En sus rostros, en los de la multitud allí congregada, se lee el insano placer de asistir al espectáculo que se les brinda.
Al pie del cadalso, los soldados permanecen parados, en posición marcial, mientras los condenados son obligados a subir. Allí arriba, mal encarado, un siervo del tribunal, el verdugo, los espera para ponerles la soga y apretar el nudo sobre sus cuellos. El alguacil gira su mirada en derredor, como pidiendo silencio y atención, y con voz engolada lee la sentencia.
Tras ello, el verdugo tira de la palanca que abre las trampillas bajo los pies de aquellos cuatro desgraciados. Cuando no hay suelo bajo sus pies, sus cuerpos caen violentamente, mientras parece percibirse un leve chasquido de cuellos rotos que denuncia que el nudo corredizo ha realizado bien su función. Los cuerpos se balancean pendientes de la dura soga.
Por un instante, todo ha sido silencio. No se oyen pregones, ni los cantos del juego de las niñas, ni las risas de los mozos, ni las riñas de las mujeres que disputaban por un mejor lugar de observación, ni el gañido de los perros. Pero solo ha sido un momento. Luego, el grito de placer de todas las gargantas se ha alzado al unísono. El espectáculo ha valido la pena.


François Villon (1431?-1463?): Balada de los ahorcados


Hermanos que nos sobreviviréis,
no seáis con nosotros duros de corazón,
que si piedad sentís por nuestra miseria
Dios os lo pagará con su clemencia.
Cinco o seis de los nuestros veis colgados aquí:
la carne, que tan bien alimentamos,
ya podrida ha sido devorada,
y los huesos que quedamos pronto serán ceniza, polvo.
Que nadie se ría de nuestro mal,
¡sino rogad a Dios que a todos nos absuelva!


Si os llamamos, hermanos, no debéis
despreciarnos, aunque hayamos sido ejecutados
con justicia... Pues bien sabéis
que no todos los hombres son sensatos;
perdonadnos, ya hemos muerto, estamos
ante aquel nacido de María,
y que su gracia no se agote
y nos preserve de los rayos infernales.
Muertos somos, que nadie nos moleste,
¡sino rogad a Dios que a todos nos absuelva!


La lluvia nos ha vaciado y lavado
y el sol ennegrecido y resecado;
las urracas y cuervos vaciaron nuestros ojos,
arrancaron las barbas y las cejas.
Cuando vivíamos nunca descansamos;
ahora, según el viento,
a su antojo al fin nos balancea,
más picoteados que un dedal.
No seáis nunca de nuestra cofradía,
¡sino rogad a Dios que a todos nos absuelva!


Príncipe Jesús, que sobre todos reinas,
no dejes al Infierno devorarnos:
allí nada tenemos que saldar.
Y vosotros, no os burléis de nosotros,
¡sino rogad a Dios que a todos nos absuelva!