martes, diciembre 21, 2010

EL CUADERNO ESCONDIDO. 09. BEATUS ILLE... (Leyendo a Walt Whitman)


Nunca olvidaré la vez que acompañé al abuelo para pasar con él un día en la huerta. Había acudido con mis padres a pasar una semana en el pueblo de los abuelos. Estuve nervioso desde que el abuelo me preguntó la víspera si querría acompañarlo.
Mi madre me despertó cuando apenas apuntaba el día. «Venga, espabila, que te vas con el abuelo», me dijo, mientras mi olfato reconocía el aroma del café recién hecho y del pan recién cocido. Aquella noche había dormido poco pensando en lo que imaginaba ser una experiencia nunca antes vivida.
Se hacía preciso salir temprano porque, siendo verano, había que evitar el azote del sol. Iba montado sobre un burro del que tiraba, cogido por el ronzal, el abuelo, que caminaba delante. El camino no era largo en exceso, pero a mí se me hizo una eternidad. El abuelo me hablaba de no sé cuantas leguas, pero yo no sabía qué era aquello de las leguas.
Para mí, lo mejor de todo fueron las tareas en las que ambos colaboramos, si bien yo, según creo hoy, estorbaba más que ayudaba. Una vez que soltamos bajo el chamizo de cañas y paja la carga que llevábamos, quitamos las malas hierbas que impedían el lozano crecer de lo que allí había plantado; regamos los árboles frutales y las hortalizas. Yo levantaba la compuerta de la acequia cuando me lo indicaba él, que, con movimientos que reflejaban maestría, le iba abriendo o cerrando caminos, según convenía, al agua.
Cogimos tomates, pimientos, berenjenas, higos de las higueras. Me enseñó a reconocer la flor de la calabaza. Me pedía que frotase las palmas de mis manos con las hojas rasposas de las higueras, o de las tomateras, y luego me las oliera. Luego estuvimos comprobando cómo iban de sazón los melones y las sandías. Arrancó un melón de la mata, lo olió, lo golpeó con gesto experto con los dedos de su mano derecha y, con palabras firmes, me dijo: «Este está pepino; échaselo al burro». Y cortándolo en trozos con su navaja, me los pasó para que los diese al animal. Y yo extasiaba viendo cómo este se comía con fruición aquel fruto recién arrancado a la tierra.
Llegada la hora, comimos resguardados bajo la sombra del chamizo; tortilla de patatas y queso con pan blanco que nos había preparado la abuela. A aquella hora, todo el horizonte reverberaba y el canto de las cigarras y el croar de las ranas inundaban el espacio hasta herir los oídos. Luego, en una manta tendida en el suelo, dormimos una siesta.
A la caída de la tarde, el abuelo cargó los serones con los frutos recogidos e iniciamos el camino de regreso. Las circunstancias rodaron de tal forma que nunca más en mi vida se me presentaría ocasión de ir a la huerta con el abuelo.
Sin embargo, creo que aquella experiencia fue suficiente para despertar en mí el amor y respeto hacia la naturaleza. Por eso, todavía, cada vez que salgo al campo y veo el amarillo de los chopos o el cobre de los castaños en el otoño, los trigales manchados de amapolas y jaramagos en la primavera, o cada vez que abro un higo y mancho mis dedos con su gotita de miel, cada vez que rajo un fresco y jugoso melón en un día del caluroso verano mis recuerdos se remontan al único día que tuve la dicha de visitar la huerta del abuelo.



Walt Whitman (1819-1892): Hojas de hierba. Canto a mí mismo. 31, Una hoja de hierba (traducción de León Felipe)


Creo que una hoja de hierba no es menos
que el día de trabajo de las estrellas,
y que una hormiga es perfecta,
y un grano de arena,
y el huevo del reyezuelo,
son igualmente perfectos,
Y que la rana es una obra maestra,
digna de los señalados,
y que la zarzamora podría adornar
los salones del paraíso,
que la articulación más pequeña de mi mano
avergüenza a las máquinas,
y que la vaca que pasta, con su cabeza gacha,
supera a todas las estatuas,
y que un ratoncillo es milagro suficiente
como para hacer dudar
a seis trillones de infieles.
Descubro que en mí
se incorporaron el gneis y el carbón,
el musgo de largos filamentos, frutas, granos y raíces.
Que estoy estucado totalmente
con los cuadrúpedos y los pájaros,
que hubo motivos para lo que hubo allá lejos
y que puedo hacerlo volver atrás,
y hacia mí, cuando quiera.
Es vano acelerar la vergüenza,
es vano que las plutónicas rocas
me envíen su calor al acercarme,
es vano que el mastodonte se retrase
y se oculte detrás del polvo de sus huesos,
es vano que se alejen los objetos muchas leguas
y asuman formas multitudinales,
es vano que el océano esculpa calaveras
y se oculten en ellas los monstruos marinos,
es vano que el aguilucho
use de morada el cielo,
es vano que la serpiente se deslice
entre lianas y troncos,
es vano que el reno huya
refugiándose en lo recóndito del bosque,
es vano que las morsas se dirijan al norte,
al Labrador.
Yo les sigo velozmente, yo asciendo hasta el nido
en la fisura del peñasco.

lunes, diciembre 13, 2010


A VUELTAS CON EL INFORME PISA


Leo estos días pasados, junto con Zalabardo, los resultados, y algunos análisis, del Informe PISA 2009, esa prueba que mide los niveles de los alumnos de los países de la OCDE en determinadas competencias, especialmente comprensión lectora, ciencias y matemáticas. Los resultados no son para tirar cohetes: España ofrece unos resultados por debajo de la media de los países que se han sometido a la prueba y Andalucía se sitúa a la cola de las diferentes Comunidades españolas. Hay excepciones (por ejemplo, Castilla y León y Cataluña), pero el resultado global dice que nuestro sistema educativo está necesitado de cambios.
El problema no es de hoy, pues ya viene arrastrándose desde hace algunos años. Recuerdo que en esta agenda lo he tratado con anterioridad, por lo que es posible que me repita en algunos de los argumentos. Del mismo modo quiero decir que la crítica no la hago ahora que estoy fuera del sistema, ya jubilado, pues el problema latía igualmente cuando yo formaba parte de ese mismo sistema, por lo que alguna parte de culpa me corresponderá. Por todo ello quisiera dejar sentado antes que nada que lo último que hay que hacer es enrocarse en las tesis y no moverse de ellas, evitar aquello de sostenella y no enmendalla que tanto mal, creo, nos está haciendo.
Porque resulta que la Junta de Andalucía, desde hace un tiempo, viene insistiendo en ese dichoso Plan de Calidad que lo que pretende, a mi humilde entender, es lanzar el cebo de compensaciones económicas a cambio de unos mejores resultados sobre el papel. Es decir, como si ofreciera a los docentes “te subo el sueldo si pones mejores notas”. Y no es eso, por supuesto que no es eso, pues los resultados están a la vista.
¿Qué es lo que hay que hacer, entonces? Si yo lo supiera, no sería este pobre funcionario jubilado que soy, sin otras miras que la de sus paseos diarios y la de esperar que el Gobierno no nos congele, si es que no la reduce (que ya no sabe uno lo que va a pasar mañana), la pensión.
Pero, ya lo digo al principio, Zalabardo y yo no nos hemos limitado a leer los malos resultados (con solo eso es muy fácil criticar); también hemos leído análisis y estudios comparativos de unas zonas con otras, de unos países con otros. Y entonces sí, se puede argumentar algo más. En primer lugar, que es preciso reconocer que nuestro sistema educativo hace aguas. Que la culpa no es toda de la Administración ni toda de los profesores, porque no es cuestión de echar culpas sino de reconocer, con humildad y con propósito de enmienda, aquello que va mal. Y, arrimando todos el hombro, trabajar por que ese puesto que ahora ocupamos en la escala sea más alto y se acerque lo más posible a los mejores (extremo Oriente y Finlandia en el marco global, Castilla y León y Cataluña en nuestro ámbito).
Cuando leo los análisis a los que aludo, encuentro algunas de las cosas que hacen bien en otros lugares (en algunos casos, acompañadas de cosas malas que habría que evitar) y que podríamos imitar. En todos estos ejemplos, lo primero que encontramos es que se parte de reconocer que la educación cuesta dinero y se atienden las inversiones necesarias para la mejora. Ya sé que ahora estamos en etapa de crisis y que no solo el dinero repara los defectos, ¿pero no habría otras partidas en las que ahorrar sin tener que tocar siempre los presupuestos de la educación?
Otra de las cuestiones que vemos: en los países orientales, y en otros de nuestro entorno, se apuesta por la excelencia, se insiste en la formación de los mejores alumnos sin descuidar por ello a los que no llegan a tanto. En cambio, en nuestra Comunidad, se diría que lo que se hace es igualar por debajo, nunca por arriba. Hay quienes creen, sin aceptar que se equivocan, que mejorar resultados consiste en rebajar los niveles de exigencia, en reducir programas (que a lo mejor esto también). Pero esta reducción, si se lleva a cabo, habrá de hacerse racionalmente: quitando lo superfluo y respetando lo básico. Y, una vez, de acuerdo en esto, exigir un rendimiento acorde.
Es preciso luchar por la adecuada preparación de los profesores (¿cuándo nos daremos cuenta de que los Centros de Profesores han quedado obsoletos y de que no todo radica en dar ordenadores?) y defender la dignidad de la función que desempeñan. Habrá que exigir a los profesores una adaptación a los nuevos tiempos y, a la vez, habrá que recuperar la disciplina que se ha perdido en los centros (que no es imponer ningún régimen represivo, sino dejar claro que no todo vale y que el respeto de todos hacia todos es incuestionable).
Habrá que replantear el sentido, la oportunidad y la ocasión de la evaluación. ¿Tan malas son aquellas antiguas reválidas? Cataluña, por citar una Comunidad que obtiene resultados superiores a la media OCDE en comprensión lectora y semejantes a la media en lo demás, ha impuesto evaluaciones a final de primaria y de secundaria y nadie se ha rasgado las vestiduras.
Y, por último, habrá que replantearse lo que se enseña y cómo se enseña. Limitándome al área lingüística, hace unos días leía una entrevista con Víctor García de la Concha, que acaba de cesar como director de la RAE. Decía: Los chicos que llegan hoy a la Universidad tienen una preparación lingüística muy inferior a los anteriores […] Tal vez porque hemos atiborrado durante años las mentes de los muchachos con análisis gramaticales complejos. Hay que volver a lo básico: a enseñar a leer y a escribir, a leer en voz alta, a recitar, a discursear. Es lo que nos enseñaron a nosotros en la escuela. La ortografía que yo sé es la que aprendí a los 10 años. Para hacer el bachillerato había un examen de ingreso y con más de tres faltas de ortografía se suspendía. Al hilo de esto, pienso que hace más falta una enseñanza de la instrumentalidad de la lengua que otra cosa. Porque el alumno que maneja con fluidez su lengua estará en mejores condiciones de rendir en el resto de las materias.
A estas ideas que aporto se podrían unir otras. Por ese camino, digo, me parece que podríamos ir haciendo algo. Si no, a lo peor nos llevamos la sorpresa de que en el próximo Informe PISA estamos más abajo. Si ello fuera posible.
Otro asunto diferente. Mientras escribo este apunte, me viene Zalabardo a contar que acaban de dar la noticia de la muerte de Enrique Morente. Tanto él, Zalabardo, como yo, apreciamos en gran medida el cante flamenco, aunque no seamos entendidos. Y Morente ocupa un lugar destacado en este aprecio. Pongo el que creo que es su último disco y escuchamos los Tangos de la vida (Por ti la vida, ay, / mi vida, ay, / que se me va) Descanse en paz.

martes, diciembre 07, 2010


EL CUADERNO ESCONDIDO. 08. MONNA BICE (Leyendo a Dante)


Florencia era, corrían por entonces los años finales del siglo XIII, una ciudad en expansión, con un tráfico comercial de tal pujanza que había quedado estrecha para su población, hacinada entre casuchas sombrías y macizos torreones.
Nueve años tan solo contaba el joven Dante y estaba a punto de cumplir los diez. En la agitada vida de la urbe, conmocionada por los enfrentamientos familiares, su familia había decidido que estudiara letras y artes liberales para, así, conseguir de él algo diferente al pequeño propietario rural que su padre había sido.
Regresaba un día de sus clases cuando la vio por primera vez. Vestida elegantemente, ataviada de un nobilísimo color grana, aquella niña provocó en él tan profunda impresión que por primera vez Dante se sintió estremecer y sus sentidos se nublaron misteriosamente. La joven recién había cumplido los nueve años, y era tal la gentileza de su porte que el joven güelfo no pudo menos que pensar que tendría que ser hija de un dios y no de hombre.
El amor nacido de aquella visión derivó en pasión que terminaría por ser avasalladora. El joven solo suspiraba por poder estar junto a ella y mirarse en sus profundísimos ojos. Por eso cada día hacía por encontrarse de nuevo con ella, de tal modo lo había herido su figura, pero solo consiguió enterarse de su nombre: Beatrice.
Habrían de pasar otros nueve años para que la viese de nuevo, esta vez vestida de color blanquísimo y acompañada de las damas que formaban su corte.
Fue entonces cuando ella volvió los ojos hacia donde Dante estaba y con dulce mirada lo saludó. Tan herido quedó su corazón que comprendió que nadie más podía ser la dueña de sus sentimientos
A la hora nona la vio por vez primera y la misma hora era la segunda vez. Súbitamente comprendió que el nueve era su número: nueve años contaba cuando el primer encuentro; nueve más habían pasado cuando lo saludó; y nueve, sin duda, deberían ser las cualidades que la caracterizaban: afabilidad, gentileza, prestancia, donaire, belleza, elegancia, nobleza, virtud, cortesía.
Y como el nombre es consecuencia de las cosas, se decía, buscaba el que más le convenía y vio que eran nueve las letras del nombre con el que los demás la designaban: Monna Bice.
Y la llamó Lucero, y la llamó Dulzura, y la llamó Cielo, y la llamó Sol, y la llamó Gloria, y la llamó Hermosura, y la llamó Fuego, y la llamó Pasión; pero ninguno le cuadraba como el nombre de Amor, ya que Amor es tan dulce al oído que ningún otro refleja con toda fidelidad lo que ella era y provocaba en él.


Dante Alighieri (1265-1321): La vida nueva: Tutti le miei penser parlan d’Amore

Todos mis pensamientos hablan de Amor,
y tienen entre sí gran variedad,
que uno me hace desear su dominio,
otro discute locamente su valor,

otro, confiado, es causa de dulzura,
otro me hace llorar muchas veces;
y solo se conciertan en pedir piedad,
temblando por el miedo que hay en mi corazón.


Por lo que yo no sé de cuál tomar materia;
y querría hablar, y no sé qué decirme:
me encuentro así en amorosa incertidumbre.


Y si quiero que todos concierten,
habré de llamar a mi enemiga,
mi señora la Piedad, para que me defienda.