lunes, abril 25, 2011

(fotografía tomada de elpais.com)

CLIENTA


Hace unos días, me mostraba Zalabardo un recorte de prensa con una foto de doña Letizia en cuyo pie se afirmaba que la princesa de Asturias es fiel clienta de no recuerdo qué grupo de tiendas de ropa confeccionada y me solicita que le aclare si es o no correcta la utilización de tal sustantivo. Le contesto, en principio, que me pone en un brete porque podría contestarle tanto afirmativa como negativamente. Y trataré de explicarme.
Las terminaciones –ante y –ente españolas son propias de adjetivos y de sustantivos que proceden del participio de presente latino: de ser, ente; de amar, amante; de oír, oyente, etc. El Diccionario Panhispánico de Dudas dice que la gran mayoría de estos sustantivos funcionan como comunes en cuanto al género, en consonancia con los adjetivos de estas terminaciones. O sea que estos adjetivos (flamante, exuberante, floreciente, agobiante, etc.) no tienen más que una forma para los dos géneros. Igual de-bería pasar con los sustantivos (maleante, navegante, viajante, vigilante, etc.), pero… ¿Por qué tantas veces habremos de encontrarnos con un pero?
El pero es que, como dice el Panhispánico, la mayoría se comporta así, aunque no todos. Y aquí surge en cierto modo el problema, porque lo que tradicionalmente ha sucedido es que algunos de estos sustantivos admitían la terminación de femenino por alguna razón especial.
Veamos algunos ejemplos: hay casos en que se utilizan las dos terminaciones para expresar matices significativos diferentes; eso explica que frente a gobernante (‘hombre o mujer que dirige un país’), se use gobernanta (‘mujer a cuyo cargo está el personal de servicio de un hotel’) o que frente a asistente (‘soldado raso destinado al servicio personal de un superior’) se emplee asistenta (‘mujer que sirve como criada en una casa cobrando generalmente por horas’). En otros casos, el uso del femenino tenía un claro matiz despectivo; así, sargenta designa a la ‘mujer corpulenta, hombruna y de dura condición’ o parienta a la ‘esposa respecto al marido’. Y en bastantes casos más, el femenino designa a la esposa del varón que desempeña tal función; tenienta la ‘esposa del teniente’. También, en la marina, se emplean desde antiguo el femenino almiranta para designar la ‘nave en que va embarcado el jefe de una escuadra, armada o flota’. Y, finalmente, también desde antiguo se vienen utilizando como vulgarismos algunos femeninos de esta clase, como practicanta, ayudanta o comedianta.
Fuera de estos casos, le añado a Zalabardo, no veo razón para que se utilicen con terminación propia del femenino otros sustantivos de esta clase de que hablamos. Y es que este grupo no es comparable, a mi humilde entender, con otros en los que los sustantivos designan también profesión o actividad que se realiza. Quiero decir que junto a médico, abogado, arquitecto o ingeniero deben utilizarse sin ningún tipo de rubor médica, abogada, arquitecta o ingeniera desde el momento en que las mujeres han accedido a tales profesiones. Sin embargo, no creo que a nadie con dos dedos de frente se le ocurra decir cantanta, aspiranta, dibujanta o delineanta.
Y, sin embargo, nos encontramos con que el DRAE recoge en sus páginas las formas principianta, penitenta, danzanta, postulanta, tenienta, intendenta y no sé si algunas más. Me da por pensar que eso es igual que si, ahora, el diccionario, junto a electricista, pianista o maquinista quisiera dar entrada a formas "masculinas" como electricisto, pianisto o maquinisto. ¿No te parece?
Está todo muy bien, insiste Zalabardo, pero ¿qué pasa con clienta, está bien o está mal dicho? ¿Por qué me decías al principio que me podías contestar tanto sí como no?
Pues te lo aclaro. En un principio, yo te hubiese dicho que todo lo expuesto hasta ahora sirve como contestación y que cliente debiera ser una palabra común en cuanto al género. Pero, no sé por qué razón, he tenido un pálpito y me he ido a consultar mi viejo diccionario latino de bachillerato, el clásico Spes de Vox y, oh sorpresa, ahí me encuentro con que junto a cliens, -entis, ‘cliente, protegido’, figura clienta, -ae, ‘clienta, protegida’. ¿Quién nos lo iba a decir?  Pues nada, que doña Letizia es muy buena clienta de quien sea y a mucha honra.

martes, abril 12, 2011


CENSURA DEL ‘MASISMO’


Con el último apunte sobre el poema Espacio, de Juan Ramón, se agotan las entregas de El cuaderno escondido, de Zalabardo. Tened por seguro que lo he sondeado repetidas veces en busca de más material, de una continuación de poemas comentados, a su modo; pero él me jura y perjura que no hay más, que aquello fue producto de una debilidad momentánea, que no existen otros cuadernos escondidos ni nada que se le parezca. Y me aclara, además, que aquel cuaderno es algo que escapa por completo a sus ideas. Cuando le solicito que me aclare cuáles son estas ideas a las que alude, Zalabardo se lo piensa un poco y se dispone a saciar mi curiosidad.
Tú sabes, empieza diciéndome, que hay en el mundo una tendencia comparativista que lleva a enfrentar cosas, de la naturaleza que sean, con el único y exclusivo fin de determinar cuál de ellas es más: más alta, más larga, más ancha, más oída, más leída, cuál es la más entre sus iguales o semejantes, la mejor, la primera, la que está a la cabeza, etc. Da igual que sean edificios, libros, canciones, películas, puentes o recetas de cocina. ¿No hay un libro que se titula Las mil mejores poesías en lengua castellana? ¿Pero es que puede haber los mil mejores de algo?
Así, mi cuaderno pudiera dar a entender que recoge los considerados por mí los quince mejores poemas de nuestra literatura y no es así, ni mucho menos. Esos poemas tuvieron para mí un significado en su momento por muchísimas razones que no voy a enumerar; pero nada más.
Cuando se publican listas con los diez o los cien (o cuantos sean) mejores de algo, automáticamente las pongo en cuarentena. Me parecen tan poco fiables como los casos recogidos en el Libro de los récords Guinness. ¿Qué interés o qué valor tiene haber cultivado la más grande sandía obtenida nunca o haber escupido más lejos de nadie? Vivimos influidos por un masismo que no tiene parangón en ninguna otra cosa.
Lo interrumpo y le pregunto qué es eso de masismo, que de dónde se ha sacado el palabro.
Me da igual que lo llames palabro o lo que te dé la gana. Para mí, el masismo es la actitud de valorar aquello que poseemos no por lo que sea sino por cuanto sea. Nos interesa más la cantidad que la cualidad. Apreciamos cada cosa por lo que pueda tener que signifique rebaja o humillación del resto de elementos de su clase.
Trato de hacerlo caer en una trampa y le sugiero lo siguiente: Entonces, solo por poner un ejemplo, ¿tú no crees que el Quijote sea la mejor novela? Pero Zalabardo reacciona con rapidez y me responde: ¿Y por qué no Madame Bovary o Cien años de soledad? ¿O por qué esta última va a ser mejor que Pedro Páramo, pongo por caso? Cada obra de arte, pues no podemos negar que las cuatro novelas citadas lo sean, hablan de una manera a sus lectores en cada momento en que su lectura sea realizada. A veces, cada una habla del mismo modo a muchos y, otras veces, hablan de diferente manera. Podría decirte, aunque parezca que contradigo mi argumentación, que, para mí, cada una de esas cuatro novelas es la mejor a su manera. No sé, insisto, si el Quijote es la mejor; pero si sé que Madame Bovary no es peor. No sé si me explico.
Lo que importa, me continúa explicando, son otras cosas. Si el valor que concedamos depende de estos falsos más o menos, no valdría la pena apreciar nada. Y ahora soy yo quien te hace una pregunta para que veas la relatividad y poca entidad de estas cuestiones. ¿Qué calle de Málaga es la más larga?: la Avenida de Velázquez, la Avenida Ortega y Gasset o la Calle Navarro Ledesma? ¿A que es una estupidez lo que te propongo? ¿En qué puede esto alterar nuestra visión de la ciudad? Pues ahí te lo dejo.
Y, sin saber qué decirle, ahí lo dejo yo también.

lunes, abril 04, 2011


ESPAÑOL URGENTE


Le comento a Zalabardo que, a veces, lo hemos de reconocer, hay propósitos que incumplimos no tanto por premeditación, por firme voluntad de infringir la norma, como por desidia y descuido y no sé, de verdad, qué actitud es más censurable. Y el bueno de Zalabardo, que es un pedazo de pan, me mira, deja lo que tiene entre manos y se dispone a atender mi queja de hoy.
Resulta que hubo un momento en que cada medio de comunicación que se preciase decidió redactar un manual de estilo que recogiera los principios de actuación del propio medio y las pautas a las que debería acogerse el uso de la lengua en ellos. Así, EL PAÍS, la Agencia EFE, EL MUNDO, ABC, TVE, etc. fueron uno tras otro dando a conocer sus libros de estilo. La moda, llamémosla así, se inició a finales de la década de los 70 del siglo pasado. Lo que sucede, le digo a Zalabardo, es que no cuesta mucho darse de bruces con usos, modos, comportamientos que rompen de manera flagrante con lo dispuesto en tales manuales.
¿Y no habrá ninguna excepción?, me interpela Zalabardo, tal como interpeló Abraham a Dios al preguntarle si no habría un número suficiente de justos que evitaran el castigo de Sodoma. ¡Claro que la habrá!, le concedo. Y, de hecho, quiero acompañar hoy mi queja del elogio de una institución a la que me parece que se le debe conceder más valor del que en realidad se le da. Quiero traer a esta agenda la labor que realiza Fundéu BBVA, la Fundación del Español Urgente. Nacida como tal en 2005 fruto del acuerdo entre la Agencia EFE y el BBVA, contando, además, con el asesoramiento de la Real Academia, del Instituto Cervantes y de la Fundación San Millán de la Cogolla, sus orígenes se remontan a la década de 1970, cuando Luis María Anson, a la sazón presidente de EFE, pidió a Fernando Lázaro que redactase un manual de estilo para uso de los redactores de la agencia. Aquel fue el primer paso para la creación del Departamento del Español Urgente.
Fundéu BBVA solo “pretende proporcionar criterios uniformes en el uso del idioma para evitar su dispersión y empobrecimiento y la invasión indiscriminada de extranjerismos innecesarios o neologismos superfluos.” Su página web, http://www.fundeu.es/, debiera ser un lugar de consulta frecuente por el interés de sus contenidos. No es solo un libro de estilo, es un departamento que resuelve, con loable prontitud, cualquier duda sobre el lenguaje que se le formule y ofrece, además, el envío diario a nuestra dirección de correo electrónico de su recomendación del día. No hay más que solicitarla sabiendo, además, que se puede uno dar de baja en el momento que desee. Y algo que quiero destacar es que la Fundación no se orienta solo hacia los medios de comunicación, sino que está al servicio de cualquier persona que sienta preocupación por la lengua que habla.
Entre estas últimas recomendaciones que he recibido, quiero destacar la que, con motivo del inicio del Mundial de motociclismo, incitaba a desechar una serie de extranjerismos innecesarios que emplean los expertos en tal tema porque en nuestra lengua disponemos de la expresión adecuada para decir lo mismo. Presento, resumidamente, algunos de ellos:
Aconseja que no se utilice slick cuando se habla de neumáticos lisos, los que se emplean para rodar en pavimento seco; como no se debe decir full wet si podemos emplear neumáticos de lluvia. Cuando se habla de la parrilla de salida, la disposición de los corredores en la salida, debe rechazarse pole position, que no es otra cosa sino la primera posición. Del mismo modo que debe hablarse de vuelta de calentamiento en lugar de warm up lap. El pit lane no es otra cosa que lo que en español se conoce como calle de garajes o calle de boxes. Para referirse al muro que separa esta calle de la pista principal, podemos usar muro de boxes en vez de pit wall.
Y así hasta completar una lista de once términos a los que debieran dar de lado no solo los comentaristas que siguen este deporte, sino cualquier hablante. Pero está claro que para que estos segundos lo hagan vendría muy bien que los primeros diesen ejemplo.
¿Puedo ya seguir con lo mío?, me pregunta Zalabardo. Y yo dejo que lo haga. Por cierto que ahora está enfrascado en la lectura de Fortunata y Jacinta, de Galdós. A Zalabardo, como a mí, le gusta, y cada vez más, volver a la lectura de textos leídos bastante tiempo atrás. Y confieso que es curioso, e interesante, enfrentar la impresión provocada por una lectura añeja con la que nos pueda provocar una reciente del mismo texto.