sábado, septiembre 26, 2015

SI TIENE BARBAS, SAN ANTÓN…



Portada de No tenías que haber vuelto

            Hay cuentos cuyo origen se pierde en las brumas del pasado. Eso pasa con el del poco habilidoso carpintero a quien entregaron un bloque de madera para que tallase una imagen. Le preguntaron qué santo pensaba tallar y el carpintero, con desparpajo, contestó: Si sale con barbas, San Antón; y si no, la Purísima Concepción. La respuesta ha perdurado como refrán que se emplea para dejar patente la poca destreza de alguien en cualquier labor.
            En muchos lugares leo que la frase la pronunció un pintor llamado Orbaneja, citado en el Quijote, y a quien el hidalgo manchego hace oriundo de Úbeda. Tal atribución no es del todo correcta, lo que demuestra que es un error fiarse de cuanto aparece escrito en Internet y que debe existir otro origen. Si nos molestamos en leer el Quijote, veremos que este Orbaneja, pintor no muy diestro, se cita dos veces. Me limito al episodio del capítulo tercero de la segunda parte. En él, el caballero hace burla de Avellaneda, autor de una segunda parte apócrifa de la novela, y dice que a tiento y sin algún discurso se puso a escribirla, salga lo que saliere, como hacía Orbaneja, el pintor de Úbeda, al cual preguntándole qué pintaba, respondió: “Lo que saliere”. Tal vez pintaba un gallo, de tal suerte y tan mal parecido, que era menester que con letras góticas escribiese junto a él: “Este es gallo”.
            Le cuento la anécdota a Zalabardo porque ando estos días un poco preocupado. Estoy metido en la publicación de una novela, a punto de terminar su cocción en los fogones de la imprenta. Si nada lo impide, se presentará durante la segunda quincena de octubre. Mi preocupación, ya que la suerte está echada, es no haber tenido la pericia necesaria para componer lo que pretendía. O sea, que no sé si el producto final ofrecerá el aspecto de un barbado san Antón o la tersura de piel de una Inmaculada.
            ¿De dónde nace esta inquietud? Primero, y lo he confesado ya a varias personas, de que siempre que escribo lo hago para mí (aunque me abra al juicio de algunos amigos). Es una actividad que afronto como terapia o gimnasia mental, un esfuerzo por mantener vivo y en juego continuo el cerebro. Igual que me planteo el senderismo como terapia física. Me resisto a verme sentado en una butaca, mirando bobaliconamente la tele. Pero nunca hasta ahora me había planteado publicar, aunque no niego haber mandado trabajos a concursos diversos.
            La segunda razón es la reacción de algunas personas que han leído el texto. La novela, titulada No tenías que haber vuelto, debe bastante a la Odisea, pero, al modo del Ulises de Joyce (perdón por la osada comparación) cuenta una historia muy actual. Quien no conociera la obra de Homero no la relacionaría con ella. Y es que los clásicos, aunque parezca paradoja, no pierden actualidad. Nada hay más moderno que los clásicos (algún día hablaré de ello).
             Mi novela cuenta la historia de una familia. El padre, obligado por la necesidad (el cierre de la fábrica en que trabaja), no ve más solución que buscar en otro lugar un futuro mejor. Pero el hijo está enfermo y la esposa le pide que demoren la marcha hasta que se reponga. No obstante, su sed incontrolada de nuevas experiencias, lo lleva a marcharse solo. En casa permanecen su esposa y el hijo enfermo. Un día, se pierde todo tipo de contacto con quien un amanecer cogió su maleta y dejó su hogar. El tiempo sigue su curso. La esposa no renuncia a la esperanza de una vuelta cada vez más improbable; el hijo, en cambio, ve cómo su rechazo hacia quien los abandonó se va convirtiendo en odio. Muchos años después, este hombre regresa, fracasado, con la intención de reanudar la vida interrumpida. Pero ya nada puede ser como fue en el pasado.
            ¿Qué me propuse al iniciar la escritura de esta novela? Varias reflexiones: sobre la vida como camino que fluye en un sentido único; sobre el tiempo y la imposibilidad de recuperar los años que dejamos atrás; sobre el recuerdo; sobre el sutil límite que separa la relación entre las personas… Pues bien, a lo que iba, algunos han querido ver en la novela un alegato contra la violencia de género. Empecemos porque no me gusta nada esa expresión. Rechazo cualquier tipo de violencia, sin que se le pongan adjetivos. Y en lo que cuento en mi novela hay algo de eso, aunque mi propósito era ir más allá. Y no sé si lo he logrado. Ese es mi miedo.
            Por eso he recordado el cuentecito del mal carpintero, que a la vista de si su talla salía con barba o lampiña sería una cosa u otra, y el episodio del pintor Orbaneja, que pintaba “lo que saliere”.
            En fin, me consuela Zalabardo, ya no queda sino esperar que las críticas sean benévolas y que al producto resultante no haya que ponerle, como hacía Orbaneja, un rótulo que diga “Esto es gallo”.

domingo, septiembre 20, 2015

PAN POR PAN Y VINO POR VINO (SOBRE EL HECHO DIFERENCIAL)


Salvador Espriu (1913-1985): La pell de brau (1960)

            Me insinúa Zalabardo que, siguiendo la tendencia imperante de estos días, deberíamos hablar de Cataluña. Le contesto que, por lo que conozco de allí, aprecio aquella tierra y siempre me he sentido bien tratado por sus gentes. Pero que, aunque tengo mi opinión sobre la situación actual, dada la naturaleza de esta Agenda, prefiero limitarme a las expresiones y palabras que usan quienes hablan dicha situación.
            Partiré, pues, de un clásico refrán: al pan, pan, y al vino, vino, que nos induce a hablar de forma lisa y sin rodeos, para que todos nos entiendan, y le aclaro que, en su forma más antigua, se decía pan por pan y vino por vino. Así lo recoge, por ejemplo, Covarrubias, que lo define como ‘hablar llanamente’.
            Casi un siglo antes, posiblemente sobre 1535, Juan de Valdés había escrito Diálogo de la lengua, obra que circuló manuscrita hasta su publicación en 1737, doscientos años más tarde. En ella, uno de los personajes que intervienen en el diálogo, Marcio, pregunta al autor sobre su estilo y este contesta de manera sentenciosa: El estilo que tengo me es natural, y sin afectación ninguna escribo como hablo; solamente tengo cuidado de usar de vocablos que signifiquen bien lo que quiero decir, y dígolo cuanto más llanamente  me es posible.
            La llaneza y claridad son generalmente apreciadas, aunque no siempre nos sujetamos a ellas. Recordemos, si no, la agria polémica entre culteranos y conceptistas. Ambas corrientes podrían ser acusadas de valerse de complicados recursos estilísticos, aunque de naturaleza dispar. Sin embargo, fue el culteranismo el que más críticas sufrió. Su más insigne representante, Góngora, habría quedado en el olvido de no haber sido rescatado por los escritores de la Generación del 27. Quevedo, escritor de agrio carácter y lengua viperina, lo convirtió en diana de sus sátiras. Suyos son estos versos:
¿Qué captas, nocturnal, en tus canciones,
Góngora bobo, con crepusculallas,
si cuando anhelas más garcivolallas
las reptilizas más y subterpones?
            La tarea de Góngora fue importante: introdujo muchos vocablos latinos, incomprensibles en su época, que hoy nos parecen normales (nocturno y crepúsculo, por ejemplo). Los versos de Quevedo son una sátira contra el estilo oscuro de Las soledades; hacen burla de un fragmento (vv. 902-936) de la Soledad Segunda, conocido en su tiempo como la Garza de Góngora. Más o menos dicen: ¿Qué buscas (captas), autor de canciones oscuras e incomprensibles (nocturnal, en tus canciones), Góngora bobo, con tantas oscuridades (crepusculallas), si cuando más anhelas elevarte como el vuelo de la garza (garcivolallas) te arrastras más y caes más bajo (reptilizas y subterpones)?
Celso Emilio Ferreiro (1912-1979): Longa noite de pedra (1962)
            Pero no olvidemos que partimos de una especie de trampa que me pone Zalabardo. Vengamos al presente. Por desgracia, nuestros políticos, de cualquier tendencia e ideología, con mucha menos calidad y con un ínfimo estilo, continuamente retuercen el lenguaje de manera que nadie los entienda o, en el mejor de los casos, de modo que les quede la posibilidad de decir que no decían lo que dijeron. Parecen tener miedo a quedarse, como el rey del cuento, desnudos ante el pueblo; dudan si decir lo que de verdad sienten; no se atreven a decir lo que el cuerpo, y la ética, les pide. O, quizá es solo que no saben qué decir. Por todo ello les cuesta decir pan por pan y vino por vino; rehúyen usar los vocablos que significan sin doblez. Su habla resulta, por ello, nocturnal, incomprensible para la mayoría. Solo que ellos no son, ¡qué más quisieran!, ni Góngora ni Quevedo.
            Veamos ejemplos de perlas usadas por políticos catalanes y no catalanes. Oímos que se pide una reforma de la Constitución que reconozca el hecho diferencial catalán. También piden que se reconozca su singularidad. Sinceramente, no lo entiendo. ¿Qué es eso del hecho diferencial? Si miramos el DRAE, diferencia es la ‘cualidad o accidente por el cual algo se distingue de otra cosa’ y singular, que es ‘único en su especie’. Nadie carece, creo, de un hecho diferencial ni de una singularidad. Le digo a Zalabardo que si Cataluña posee una lengua, una tradición, una cultura, unas costumbres…, que la hacen distinta a las demás Comunidades, estas, a su vez, también gozan de tradiciones, costumbres, culturas, lenguas, etc., que las convierten en únicas frente a las demás. Incluso podríamos llevarnos algunas sorpresas. Pensemos solo en la literatura. Galicia puede presumir de un Meendinho o un Airas Nunez, gallegos por los cuatro costados, pues nacieron en Vigo; Andalucía alardea de Ibn Gabirol, cordobés, o de Ibn Ubada, malagueño, creadores de las primeras manifestaciones poéticas de la Península; La Rioja, por su parte, es cuna del primer escritor de nuestra lengua de nombre conocido, Gonzalo de Berceo. ¿Qué pasa si miramos las letras catalanas? Ramón Llull y Ausiàs March, sus máximos representantes, nacieron en Palma de Mallorca y en Gandía, respectivamente; es decir, uno es balear y otro, valenciano. Vamos al folclore: Cataluña cuenta con la sardana. Pero, si miramos a otras partes, vemos el aurresku en el País Vasco, la jota en Aragón, la muñeira en Galicia y las sevillanas o los verdiales en Andalucía. ¿Son hechos diferenciales o aportan singularidad? Digamos, simplemente, que todos somos diferentes, pero que ninguno es más diferente que otro.
Ibn Ubada (¿1051-1091?): Jarcha
            Sigamos. Hay partidos que, pese a la presión que padecen, dudan en definirse sobre la cuestión catalana (otro bonito eufemismo). No quieren decir ni mu. O cojamos eso del derecho a decidir. ¿Qué es el derecho a decidir? En democracia, ¿no decidimos en las urnas? ¿Quién nos coacciona el voto? No dejemos de lado que, en caso de conflicto, existe eso que se llama diálogo. Si una ley no nos gusta, trabajemos para cambiarla, pero no la infrinjamos.
            Me temo que, muchas veces, estos políticos de los que hablo, más que defender unas ideas, buscan unos votos que luego manejarán a su antojo. Tendríamos que pedirles claridad y honradez de intenciones. ¿Qué se quiere independencia? Pues digamos independencia y asumamos las consecuencias. ¿Qué buscamos una porción mayor de la tarta económica? Digamos llanamente que queremos más dinero y tratemos de de perjudicar a los demás. Pero hablar de derecho a decidir o de hecho diferencial no me parece serio. Cada lugar, cada persona, incluido yo, podemos presumir de nuestro hecho diferencial y nuestra singularidad. Afortunadamente. Si no fuese así, menudo aburrimiento. Digamos, por tanto, pan cuando queramos pan; y vino cuando deseemos vino. Lo demás, aparte de burdo engaño, es reptilizar con la ilusión de garcivolar.

sábado, septiembre 12, 2015

MÁLAGA Y MALAGÓN



Málaga en 1572, por Braun and Hogenber

            ¿Cuánto tiempo pasamos Zalabardo y yo hablando de las ventajas de los jubilados? Frente a quienes ven la jubilación como una muerte civil, nosotros la consideramos un renacer a una vida plena de alegrías (dejemos los achaques de la edad a un lado). Por ejemplo, en este final de verano, coincidíamos en que, al disponer ya de vacaciones indefinidas, no debe preocuparnos cuándo realizar un viaje. Hemos llegado a la conclusión de que, en nuestra situación, hay que huir del verano, más dado a los agobios, las apreturas y precios elevados. ¡Con la de momentos que hay para disfrutar de viajes más tranquilos y ofertas más rentables! Por eso, este verano no nos hemos movido de Málaga, en espera del otoño, o incluso del invierno, fechas magníficas para viajar. Zalabardo, que siempre busca una apostilla para todo, me dijo: “Además, con las temperaturas que hemos padecido este verano en todo el país, hubiera sido salir de Málaga para meternos en Malagón”. Como cualquiera, Zalabardo suele recurrir a expresiones, frases y refranes que se dicen sin preocuparse de cuál sea su origen. Ni falta que hace. Cuando emplea algunas, todo sea dicho, a mí me pica la curiosidad de investigarlo o, si lo conozco, el deseo de aprovechar la ocasión para una entrada de esta Agenda.
            Eso es precisamente lo que me ha ocurrido con esta. El significado, como  tantas veces sucede, queda claro para el oyente: pasar de una situación difícil a otra quizá más complicada. No es la única en nuestra lengua para expresar los mismo: ir de mal en peor y salir de la sartén para caer en las brasas. Pero, ¿cuál pudiera ser el origen de Salir de Málaga para entrar (o caer) en Malagón?
            He encontrado, pasa a menudo, explicaciones que no acaban de convencer. Por lo común, se la suele relacionar con otra igualmente conocida: Salir de Guatemala para entrar en Guatepeor y se dice que todo se reduce a un puro juego léxico: mala/peor en este último ejemplo y la conjunción entre mala- y un superlativo en el caso que nos interesa. Pero si esto es válido en un caso (Guatepeor es, sin duda, una pura invención), ¿sirve para expresar la relación entre Málaga y Malagón? ¿Qué tiene Málaga de malo para que, si salimos de ella huyendo de algo, entrar en Malagón sea la peor solución? Alguien podría decir que el solo hecho de tener Malagón apariencia de superlativo (la raíz de los dos topónimos parece ser la misma, con el sentido de ‘fábrica, taller’) lo explicaría todo. Pero sigo sin estar convencido.

Malagón
            La lectura del Guzmán de Alfarache, de Mateo Alemán, tal vez ayude a desenredar la madeja. El protagonista pregunta a un habitante del lugar por qué se dice eso de En Malagón, / en cada casa un ladrón. / Y en casa del alcalde, / el hijo y el padre. Un vecino le cuenta que, en época del rey Fernando III el Santo, en 1236, necesitado el monarca de ayuda para auxiliar Córdoba, en poder de los musulmanes, envió escritos a Alvar Pérez de Castro y a Ordoño Álvarez en los que solicitaba que acudieran en su ayuda lo más pronto posible. El mal tiempo, la lluvia, el frío y los malos caminos, hicieron que en Malagón, de Ciudad Real, confluyera una gran cantidad de soldados a los que hubo que alojar hasta que pudieran proseguir el camino. Cada vivienda acogió a un soldado y en la casa del alcalde se alojaron el capitán de las tropas y su hijo, que era alférez. Por las malas cosechas y la abundancia de bocas que alimentar, las provisiones escasearon pronto y los soldados se dedicaron al pillaje. Eso nos evita caer en el error de pensar que el apelativo ladrón se dirija a los habitantes de Malagón, pues quienes cometieron tropelías de todo tipo fueron los soldados allí acogidos. Mal debieron pasarlo los habitantes de Malagón si la historia es cierta.

El río Guadalmedina, en Málaga, en el siglo XVIII
            Pero hay una segunda parte. ¿Qué pinta en ello Málaga? Varias son las razones que nos inducen a pensar que Málaga, en un tiempo, fue mal lugar para vivir. Por ejemplo, Vicente Martínez Montes, en su Topografía médica de Málaga, dedica un capítulo a las numerosas epidemias sufridas por la ciudad, alguna de las cuales hizo pensar incluso en la opción de incendiarla para erradicar el mal, a consecuencia de la cantidad de gente afectada. Desde 1348 hay documentadas grandes epidemias. La gran mortandad de la de 1600 obligó a traer gente de otros lugares para repoblarla. En 1637, murieron en torno a 26000 personas; y en 1648, más de 40000. Y eso, teniendo en cuenta la dificultad para utilizar estadísticas fiables.
            Pero no solo las condiciones sanitarias eran argumentos que desaconsejaban vivir en Málaga. Esta ciudad, y otras andaluzas (Sevilla o Cádiz) han tenido fama de ser en tiempos pasados ciudades peligrosas en las que el delito campaba a sus anchas sin que se le pudiera poner remedio. Se puede leer el artículo publicado en la revista Jábega por Manuel Jesús Benítez Alba titulado La delincuencia en Málaga a comienzos del siglo xix. O también Viajeros británicos en Málaga, libro de B. Krauel. Quedémonos con una cita de J. Ch. Davillier extraída de su libro Viaje por España (1875). Hablando de los problemas de seguridad y del peligro de ser asaltado por navajeros, dice: Pero en ninguna parte el arte de manejar la herramienta [la navaja] se cultiva con tanto cuidado como en Málaga. Pocas ciudades de España ofrecen un ejemplo de criminalidad tan grande. En apoyo de su opinión, aduce un refrán bastante común en la época: Mata al rey y vete a Málaga, con el que se quería dar cuenta del refugio y apoyo que se concedía en la ciudad a cualquier delincuente.

Malagón
            Creo que esto explica mejor que cualquier cuestión léxica o de rima por qué salir de Málaga (ciudad insalubre y peligrosa) para entrar en Malagón (lugar en que el acogido se convierte en delincuente) no es buen remedio. Pero, está claro, en ambos casos hablamos de tiempos remotos ya. ¿Objeciones a lo dicho? Pues que los versos que comenta Mateo Alemán se aplican también a otras ciudades como Magallón y Alagón (Zaragoza), Serrejón (Cáceres) o Torrejón (Madrid), que yo sepa, aunque tal vez por imitación. Y que existe otro proverbio: Salir de Labajos / y entrar en Mojados, que son dos poblaciones de Valladolid.
            Con todo, le digo a Zalabardo, los tiempos cambian; por suerte, a mejor. Desconozco Malagón, pero lo que digo es cierto respecto a Málaga. Así que, pese al refrán y a cuál sea su origen, ni Zalabardo ni yo cambiamos vivir en Málaga por vivir en cualquier otro sitio.

sábado, septiembre 05, 2015

FE DE ERRATAS


Compañía del Centro Dramático Galego: La ópera de los tres reales

            Rara es la publicación que no incluye un espacio dedicado a reconocer los propios errores, débanse estos a accidente, lapsus o simple desconocimiento. Comento con Zalabardo el amable comentario del señor Potoca, que me advierte sobre la confusión en que incurro entre Maki Navaja y Pedro Navaja. En efecto, como él me indica, la canción de Rubén Blades que yo mencionaba es Pedro Navaja, mientras que la historia de Mackie  Navaja (que no Maki, como veremos) va por otro lado. Zalabardo se ríe y me espeta: “¡Vaya, hombre, al primer tapón, zurrapa!”, que es lo que se dice cuando, a la primera ocasión, se comete un error.
            Agradezco al señor Potoca su corrección por un doble motivo. El primero, porque me permite corregir el apunte y deshacer el entuerto. Y el segundo porque me da ocasión y tema para el apunte de hoy, que girará en torno al error humano y al personaje Mackie el Navaja.

            Vamos con los errores. Suele utilizarse con frecuencia para disculpar nuestros deslices la expresión errare humanum est, o sea, que equivocarse es algo humano, frase que se atribuye a san Agustín. Por supuesto que es propio de nuestra condición y no hay que confiar en quienes presumen de no equivocarse nunca. Pero la frase del obispo de Hipona, que vivió a caballo entre de los siglos iv y v de nuestra era, era algo más extensa: Es propio del hombre el error; pero es diabólico mantenerse en él por orgullo. Por otra parte, debe tenerse en cuenta que la frase no es del todo original, ya que bastante antes, en el siglo i a.C., Cicerón había dicho algo así: Común es errar; solo el ignorante persevera. Y alguien un poco más joven, Tito Livio, matizó: El error humano siempre es digno de perdón.
            Y pasemos al asunto de Mackie el Navaja. Por supuesto, cuando escribía, los cables se me cruzaron y en lugar de Pedro escribí Maki. Por lo que sigue, espero que se entienda que mi error no es que sea ya comprensible, sino que no será merecedor de que se me ponga de rodillas con los brazos en cruz mirando hacia la pared, como se hacía antiguamente en algunos colegios, o que se azoten mis nalgas con una fusta.

Cartel anunciador de La ópera de los tres centavos
            Mackie el Navaja es un personaje que surge, salvo que yo esté errado, en Die Dreigroschenoper (traducida en nuestra lengua como La ópera de tres centavos, aunque otras veces aparece como de los dos o los cuatro e incluso los tres reales), estrenada en 1928 y cuyo libreto escribió Bertolt Brecht. El protagonista de la historia contada, un individuo de los bajos fondos, se llamaba Macheath, conocido también por el alias de Mackie el Navaja (Mackie Messer). La obra se inicia con la aparición de un músico callejero que interpreta La verídica historia de Mackie el Navaja, cuyo comienzo es:

El tiburón tiene dientes
y los muestra en su cara;
pero Macheath tiene un cuchillo
y el cuchillo no puede ser visto.

            En la edición que yo tengo, esa estrofa se traduce así:

Los caimanes tienen dientes
que no tratan de esconder;
pero Mackie no nos muestra
su navaja, bien lo sé.

            Bastantes años después, me parece que fue Bobby Darin quien realizó una versión de la canción, titulándola Macheath the Knife, que, traducida del inglés, comienza:

Oh, el tiburón tiene dientes bonitos, querido,
y él los muestra de un blanco nacarado.
Sólo una navaja tiene MacHeath, querida,
pero la mantiene fuera de la vista.

            Creo, y digo creo porque no tengo la plena seguridad, que esta es la versión que luego hizo famosa el mismísimo Frank Sinatra. Sí es seguro que, entre nosotros, es la que sirvió de base a Miguel Ríos para la suya:
Si el diablo tiene cuernos,
la serpiente cascabel,
Mackie tiene una navaja,
pero nadie la puede ver.

            Como en casi todas las historias aparece alguna rareza, en esta también la hay: la versión que grabó José Guardiola allá por 1960, cuya letra transformaba hasta límites insospechados la historia original:

Desde Texas a Montana,
desde Kansas a Oregón,
cruza Mackie
Mackie el Navaja
con el aire de un ciclón.

Makinavaja, de Ivà
            Y nos queda, por fin, Makinavaja, así, todo junto. Makinavaja fue un personaje de cómic creado por Román Tosas, más conocido como Ivà, dibujante que colaboró con revistas de humor como El Papus, Hermano Lobo, Barrabás y El Jueves. En las páginas de esta última, a finales de la década de los ochenta, aparecieron las historias de Makinavaja, el último choriso, al igual que otra serie también famosa, Historias de la puta mili. Este Mikinavaja de Ivà estaba inspirado, por supuesto, en toda la genealogía citada, ya que, en efecto, el Macheath de Brecht era un delincuente.
            Así que, señor Potoca, muchas gracias.