sábado, octubre 08, 2016

SOBRE EL COMPROMISO DEL ESCRITOR



No hay más escritor comprometido que aquel que se jura fidelidad a sí mismo (Camilo José Cela)

Ilustración de Fernando Vicente en El País
            En 2016, este año que se nos va, celebramos el nacimiento de tres grandes figuras de nuestras letras, Blas de Otero, Camilo José Cela y Antonio Buero Vallejo (citados según fecha de nacimiento, para que nadie busque interpretaciones). Sus peripecias fueron dispares, la valoración en que se tienen, también. Cela, no solo por eso del Nobel, suena más. La novela aún tiene mayor predicamento que el teatro o la poesía. Aparte de ello, hay elementos de sobra para que las cosas sean así.
            Hace poco, comento con Zalabardo, ha salido una edición conmemorativa de La colmena bajo los auspicios de la Asociación de Academias de la Lengua Española. ¿Merecida? Por supuesto; no seré yo quien discuta los méritos universalmente reconocidos del  escritor gallego. A un escritor se lo ha de juzgar por lo que escribe. Cualquier otro detalle debe analizarse en ámbitos diferentes.
            Sentado esto, lo que me desazona es que el nombre y la figura de los otros dos, el vasco y el castellano-manchego, se mantengan un poco en la penumbra a la hora de las conmemoraciones. Admito que una visión comparativa de la obra conjunta de cada uno haga inclinarse la balanza a favor de Cela, pero, repito, no creo que los otros merezcan ese silencio.
            En la vida artística de los tres hay bastantes elementos concomitantes. Sus figuras fueron capitales para que nuestra literatura saliera del adocenamiento y silencio impuestos por el régimen de Franco. Allá por los años 50, a ellos se debe el nacimiento de la tendencia que denominamos literatura social. Hubo más nombres, claro está, pero los suyos están a la cabeza. Obras suyas, en los diferentes géneros, abrieron el camino (Historia de una escalera, de 1949, en teatro; Ángel fieramente humano, de 1950, y Redoble de conciencia, de 1951, en poesía; y La colmena, de 1951, en novela). Pero no solo es cuestión de fechas, pues hay más. Los tres padecieron por su insumisión. A Buero no es solo que le pusiesen trabas para poder estrenar; en 1939 fue condenado a muerte, aunque luego se le conmutara la pena. A Blas de Otero se le negó la concesión del premio Adonais porque, a juicio del jurado, Ángel fieramente humano era un libro que infringía la ortodoxia religiosa; y Cela, bien sabido es, tuvo que publicar su novela en Buenos Aires porque la censura se la echó para atrás más de una vez. Curioso caso este último. Cela, funcionario de la censura, hombre del régimen que incluso se ofreció como delator, pasó por el trago de probar su propia medicina y ver cómo se le impedía publicar.
            Podría decirse, le digo a Zalabardo, que, por la repercusión que tuvieron, los tres fueron escritores comprometidos, aunque cada uno a su modo. El compromiso literario con la renovación los une. Pero el compromiso ético fue distinto. Otero y Buero mantuvieron, pese a las trabas, el compromiso social, personal y literario a lo largo de toda su vida; Cela solo fue fiel al compromiso literario y, quizá, al personal. Por eso encuentro lógicas sus palabras, las que encabezan este apunte, que escribió en el prólogo a la quinta edición de su novela, en 1963. Otero y Buero no abandonaron nunca la lucha interior y la ideología que presidieron las obras con las que se dieron a conocer. Cela, en cambio, no fue leal más que a sí mismo, ese fue el compromiso al que nunca renunció.
            Por eso me sabe mal que, sin negar la justicia del reconocimiento de sus altos valores literarios, nos olvidemos de reconocer los de quienes con él comparten centenario.

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