domingo, noviembre 20, 2016

LA PÉRDIDA DE LOS SÍMBOLOS



            En el caso del arte nuevo la disyunción se produce en un plano más profundo que aquel en que se mueven las variedades del gusto individual. No se trata de que a la mayoría del público no le guste la obra joven y a la minoría sí. Lo que sucede es que la mayoría, la masa, no la entiende. (José Ortega y Gasset)

            Consultando el Diccionario de temas y símbolos artísticos (1987), de James Hall, me he topado con que, en la introducción, Kenneth Clark se lamenta de que hacia 1930 y 1940 nació una corriente defensora del abandono en la pintura de los temas para dar importancia a la forma y al color. Eso desembocó en que el hombre de la calle fuese perdiendo su capacidad de reconocer esos temas y, como consecuencia, de entender el significado de las obras del pasado.
            Recordé entonces, así se lo dije a Zalabardo, que ya en 1925 había dicho algo parecido Ortega en La deshumanización del arte. Lo que dicen Ortega y Clark, siendo parecido, no es exactamente lo mismo. Este último no se detiene ya solo en el hecho de que se entienda o no el arte nuevo; lo que le preocupa es que no seamos capaces de entender el arte de otras épocas porque desconocemos los temas. Esos temas de que habla se construyen en gran medida con lo que llamamos símbolos. Y la conexión entre el hombre de hoy y los temas —sean bíblicos, mitológicos o legendarios— se ha cortado. Por ejemplo, ¿por qué un león alado simboliza al evangelista Marcos, una paloma la paz o un gallo Francia? 

 
Antoni Tápies
          
Afirmaba Charles S. Pierce que el símbolo es la representación de una relación —constante en una cultura dada— entre dos elementos, por oposición al icono, un retrato por ejemplo, que se limita a reproducir una impresión sensorial. El símbolo exige a los miembros de una cultura reconocer la relación entre los elementos; en el icono no hay que suponer nada. La paloma nos remite a la historia del diluvio y a la reconciliación de Dios con los hombres. Hemos de conocer, pues, ese tema. En cambio, si miramos Las meninas, vemos en él a la infanta doña Margarita con sus meninas, al enano Nicolasito, a los reyes y al propio Velázquez, que dibuja la escena. Es un retrato y no un símbolo. Nos agradará o no, como nos agradará o no Botero, le digo a Zalabardo. Pero, en cualquier caso, vemos lo que hay allí y entendemos el tema. Eso ya no nos pasa con Klee, Rothko o Tàpies, por seguir ejemplos. Frente a estos últimos, la opción no es que nos gusten o no, sino de que los entendamos o no.

Invierno. Parque de Málaga
            Me pregunta Zalabardo si hay una razón que explique esto. Le contesto que yo tengo mi propia teoría. En otros tiempos, el artista se enfrentaba al reto de explicar a una multitud inculta e iletrada asuntos (religiosos o no) a los que difícilmente tenían acceso. Y el símbolo es un recurso muy adecuado. La primavera podría representarse como una joven coronada con una guirnalda y flores o el invierno como un anciano cubierto con pieles. Hoy tenemos más información a nuestra disposición; distinto es que nos sirvamos o no de ella.
            El origen de los símbolos que representan a los evangelistas hay que buscarlo en el profeta Ezequiel, cuando habla de la visión de cuatro seres alados semejantes, cada uno de ellos, a un buey, un león, un hombre o un águila. La unión cada evangelista con una de las figuras surge de una tradición posterior. Mateo es el hombre porque su evangelio comienza con la genealogía de Cristo; Marcos el león porque empieza hablando de la voz que grita en el desierto; Lucas será el buey, ya que lo primero que nos cuenta es el sacrificio del sacerdote Zacarías; y Juan, el águila porque, de los cuatro, es quien más se aproxima a la visión de Dios

Metropolitan Museum. N.Y.
            Una salamandra, o el ave Fénix, son símbolos del fuego y de la resurrección. Una balanza simboliza la justicia, etc. La relación entre Francia y el gallo se remonta hasta Suetonio que fue el primero que llamó la atención acerca de que el término latino gallus designaba tanto al gallo como a los galos.
            Todo esto requiere unos conocimientos transmitidos de edad en edad en una comunidad dada. Y eso es lo que, según Clark, hemos perdido, la capacidad de entender el sustrato cultural que, a través de los tiempos ha hecho que relacionemos dos elementos aparentemente alejados. Conocimientos y capacidad que nos daban las disciplinas que se engloban bajo el nombre de humanidades (filosofía, arte, literatura, griego, latín…) y que vamos dejando arrumbadas. ¿Quién entiende hoy el sentido de El jardín de las delicias, de El Bosco? Ese no entender los símbolos, le digo a Zalabardo, es perder gran parte de nuestra cultura o, a lo peor, renunciar a lo que siempre hemos entendido por tal y dar entrada a una cultura de bases y objetivos completamente diferentes. Quizá haya que pensar que lo que ha dejado de interesarnos es el hombre. O que comenzamos a valorar símbolos de otra naturaleza. O, tal vez, que hoy, más que el símbolo, nos interesa el mito, lo que nos lleva a una nueva pregunta, ¿qué mito? Tal vez otro día hablemos de ello.

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