domingo, diciembre 04, 2016

GENTILICIOS Y APODOS COLECTIVOS



            Si alguien oye hablar de un cheposo en Huesca, seguro que no tiene duda de que se está refiriendo a un zaragozano (y no a alguien con joroba). Si la conversación transcurre en la capital aragonesa y se refiere a un oscence, entonces este será fato (Cristina Adán)

Adentrarse en el asunto de qué sean los gentilicios es, seguro, meterse en un buen berenjenal, pues no está demasiado claro qué haya de entenderse por tal. María Moliner dice que son  nombres y adjetivos que expresan naturaleza o nacionalidad. El DRAE recoge tres acepciones: 1. Que denota relación con un lugar geográfico. 2. Perteneciente o relativo a las gentes o naciones. 3. Perteneciente o relativo al linaje o familia. Está claro que sevillano, muniqués o tailandés son gentilicios. Pero cuando, por ejemplo, al portero del Real Madrid Keylor Navas se le llama tico, ¿usamos un gentilicio?
            Gregorio Salvador trata de explicarnos dos cosas al respecto: que un gentilicio es algo más y que hay que diferenciarlo de lo que sea apodo colectivo. Para ello nos remite a la Gramática descriptiva, de Ignacio Bosque. Y, en efecto, si acudimos a esta, nos encontramos con que se dice que el gentilicio designa características geográficas, étnicas, políticas y religiosas y que, por lo común (ojo, no siempre), se derivan de la raíz del nombre de un lugar. O sea, que americano es un gentilicio propiamente dicho, pero que también se pueden considerar como tales, según los contextos, mahometano, conservador o negro. Cosa diferente es el apodo colectivo, que se caracteriza por indicar una nota (cualidad o defecto) particular de uno o más individuos, que puede ser cariñoso, ofensivo o despectivo y que, con bastante frecuencia, aplican los habitantes de un lugar a los de otro próximo. Según esto, sería apodo colectivo, próximo al gentilicio, llamar caballas a los de Ceuta o perotes a los de Álora.

           Le comento a Zalabardo que, hasta ahí, todo está meridianamente claro y, para una persona común y corriente, no hace falta meterse en más honduras. Pero hay una cuestión que sí quiero mencionar. Se dice, con razón, que el gentilicio suele derivarse de la raíz del nombre al que se aplica. Así, el madrileño es de Madrid como el valenciano es de Valencia. Pero, en ocasiones, nos encontramos ante situaciones por lo menos sorprendentes. Aquellas que crean personas que, sin entrar en más razones, publican artículos con títulos como Los más raros gentilicios de España, o algo parecido. Y citan, doy una corta lista, iliturgitano (de Andújar), bilbilitano (de Calatayud), astigitano (de Écija), ilerdense (de Lérida), sexitano (de Almuñécar), brigantino (de Betanzos), mirobrigense (de Ciudad Rodrigo) o ursaonense (de Osuna). Lo que suelen ocultar la mayoría de estos artículos (ignoro la razón) es que tales gentilicios no derivan del nombre actual de la población sino del latino, al menos en los casos que he citado: Iliturgi, Bílbilis, Astigi, Ilerda, Sexi, Brigantium, Miróbriga y Urso, respectivamente.

 
José Solís Ruiz
          
El creciente desprecio hacia las humanidades, y en este caso el latín, explica la dificultad que tenemos para reconocer estas cuestiones. Y esto me trae a la memoria una anécdota en la que se vio involucrado Ministro Secretario General del Movimiento en las Cortes franquistas, José Solís Ruiz, nacido en Cabra, cuando emprendió una reforma del sistema educativo en la que se pretendía potenciar el deporte en el bachillerato a costa de quitar horas de latín. En el debate, el ministro llegó a afirmar: Porque, en definitiva, ¿para qué sirve el latín? A estas palabras respondió Adolfo Muñoz Alonso, participante en el debate, profesor de la Universidad Autónoma de Madrid y defensor de la cultura clásica: Por de pronto, señor ministro, para que a su señoría, que ha nacido en Cabra, le llamen egabrense y no otra cosa. Y es que, aunque el topónimo Cabra deriva de la forma árabe Qabra, su origen más remoto es el latín Egabrum.

           En cuanto a los apodos colectivos, el asunto se complica. Como decía más arriba, con bastante frecuencia suelen nacer de la intención burlesca de algún pueblo vecino o de una característica peculiar, no siempre fácil de explicar. Son apodos colectivos, que hay tantos o más que gentilicios, gato (de Madrid), boquerón (de Málaga), morisco (de Almogía), chichilindris (de Arroyo de la Miel), pechero (de Alozaina), alcaudón (de Osuna), panciverde (de Aguadulce, Sevilla), cuervo (de Villanueva del Duque), manano (de Lucena), mochano (de Antequera) y un larguísimo etcétera. A veces, varias poblaciones comparten un mismo apodo aunque por razones diferentes. Los habitantes de los pueblos malagueños Humilladero y Mollina, según la tradición, se llevan muy mal, ‘como perros y gatos’. Por este motivo, a los del primero se les llama gatos y a los del segundo, perros. Pero no siempre es tan fácil la explicación, pues incluso podemos encontrarnos con casos en que diferentes personas dan razones muy distintas.

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