domingo, enero 15, 2017

TENER OPINIÓN



¿Tu verdad? No, la Verdad,
y ven conmigo a buscarla.
La tuya, guardatelá.          
(Antonio Machado)

            Nuestro refranero parece tener una riqueza sin fin. Además, en no pocas ocasiones permite enfocar una cuestión desde diferentes perspectivas. Así, recordábamos Zalabardo y yo hace unos días dos refranes sobre los que estuvimos un rato comentando: Quien no tiene opinión, se aprende cualquier canción es uno y De sabios es cambiar de opinión es el otro. El primero se usa para dejar en entredicho a la persona de poco criterio, que se queda con lo primero que oye sin ser capaz de analizarlo. El segundo, en cambio, alaba a quien es capaz de modificar su postura ante algo.
            Decía mi amigo que nunca como en nuestros días se ha tenido tanta oportunidad de manifestar la opinión. La prensa digital concede a los lectores la ocasión de expresar su punto de vista sobre cualquier información. Las radios y televisiones nos ofrecen hasta la náusea programas en que bastantes “conocedores de todo y especialistas de nada” lanzan al aire lo que piensan sobre el tema que se tercie. Y lo bueno (o lo malo, me apostilla Zalabardo) es que todos lo hacen desde la firme convicción de que lo que dicen es lo que en realidad vale. Se basan en un principio que, enunciado de esa manera, es innegable: la democracia es opinión y debate. Lo malo que es que hay mucho de lo primero y demasiado (y reiterativo) de lo segundo, con la agravante de que se confunde opinión con verdad

            Hace unos días leímos una columna de Máriam Martínez Bascuñán en la que decía: Este fetichismo de la opinión reduciría la libertad de expresión a la única posibilidad de pronunciarse libérrimamente sobre cualquier cosa, incluso sin argumentos. ¡Cuánta razón tiene esta mujer! Y es que no podemos dar por bueno que opinar sea la mera expresión de una idea, sin más. Y menos, si lo hacemos convencidos de que lo que decimos es la verdad. La democracia nos permitirá decir cuanto queramos, lo que no significa que avale lo que decimos.
            Es verdad que el DRAE nos dice que opinión es el ‘juicio que se forma una persona respecto de algo o alguien’. Pero también es verdad que tal definición debe ser matizada. Por ejemplo, ya Covarrubias, en 1611, escribía: Distinguen los filósofos la opinión de la ciencia, porque la ciencia dice cosa cierta e indubitable y la opinión es cosa incierta. El Diccionario de Autoridades, de 1737, nos aclara que la opinión es el ‘dictamen, sentir o juicio que se forma de alguna cosa, habiendo razón para lo contrario’. En el siglo xix, Pedro Olivé, en su Diccionario de Sinónimos de la Lengua Castellana, de 1855, relaciona opinión con pensamiento y sentimiento, y define opinión como ‘juicio que se forma con algún fundamento’. En esta línea, nos dice que el sentimiento se impugna o sostiene, que el pensamiento se desaprueba o justifica y que la opinión se combate o se defiende. Por fin, pocos años después, José Joaquín de Mora, en su Colección de Sinónimos de la Lengua Castellana, de 1855, sitúa la opinión en la familia del parecer y el dictamen. Señala que la opinión es un ‘juicio que se forma sobre cualquier objeto o asunto’, que el parecer es ‘una opinión que resulta de un examen detenido’ y que el dictamen es ‘el parecer del hombre de carrera o ciencia’.

            Visto todo lo anterior, le digo a Zalabardo que vale, que todos podemos emitir una opinión, pero que la prudencia nos aconseja pensar bien lo que vamos a decir, buscar argumentos con que defenderlo, examinar con detenimiento aquello sobre lo que vamos a opinar y, sobre todo, no olvidar nunca que nuestra opinión es tan buena o tan mala como la de los demás y pudiera ser perfectamente rebatida. Por eso son tan buenos los refrenes citados al principio: el hombre sabio no tendrá inconveniente en cambiar de opinión en cuanto surjan argumentos que mejoren los suyos; pero el necio, que tendrá una opinión poco sólida, se quedará con cualquier estupidez que oiga o se le ocurra. Y de eso, por desgracia, hay mucho por ahí.

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