domingo, octubre 22, 2017

ATRANCA LA PUERTA…



            Pero Teresita no hacía caso de su madre, y acosó a Centurión, que huyendo de ella y del maldito fraile procaz, se había refugiado en el gabinete próximo. La diabólica mozuela repetía, poniéndole música, un dicharacho del periódico: «Muchacho, ¿qué gritan? —¡Viva la libertad!— Pues atranca la puerta».
(Benito Pérez Galdós: O’Donnell)

            Me pregunta Zalabardo si no me cansa tanta demagogia y la interesada mendacidad en los ambientes políticos. Le digo que sí y ambos coincidimos en que el problema que gravita sobre nuestras cabezas, ahora padecemos uno verdadero y grave, podría haberse resuelto hace años si en lugar de mercachifles interesados en salvar el propio pellejo tras los desmanes y tropelías que han cometido a lo largo de los años, hubiésemos contado con auténticos hombres de Estado. No quiero nombrar ninguna de la basura que se esfuerzan en ocultar bajo las alfombras ni señalar a ningún partido concreto porque en todos los rincones del arco parlamentario cuecen habas, incluso en aquellos en que se atrincheran quienes más fingen escandalizarse.
            La inestabilidad y caos actuales les han venido de perlas a todos, y todos se parapetan tras altisonantes palabras y, poniendo cara de dignidad, se envuelven en banderas que usan como excusa. Porque todos, los de una opinión y otra, hace ya muchos años que, como he dicho antes, podían haber resuelto de manera civilizada, amistosa y amable cualquier conflicto sin llegar a los extremos a los que hemos llegado. Porque, si hay conflictos, también hay medios para superarlos. Echando mano del dicho popular, querer es poder. Pero, para nuestro mal, muchos no han querido.
            Le digo a Zalabardo que no quiero entrar en quién tiene más culpa en este aparente callejón sin salida en el que nos encontramos, porque culpa tienen muchos. Lo seguro es que a quienes menos cuota corresponde es la gente normal y corriente cuyo principal problema es encontrar trabajo o no perder el que se tiene, llegar a final de mes sin excesivos agobios, encontrar colegio para los hijos, ser atendida en centros sanitarios sin tener que soportar listas de espera desesperantes…

            A esa gente normal (Zalabardo me pregunta si nosotros, él y yo, estamos metidos en ese grupo y le respondo que sí) es a la que estos paniaguados que copan las esferas del poder ponen de parapeto humano y tratan de movilizar, no convenciéndolos con argumentos razonados, sino alentando sentimientos fáciles de manipular: la patria, el pueblo, la libertad... Y de ellos se sirven para enfrentarnos a unos contra otros.
            A estos mercachifles de los que hablo se les llena la boca con esas palabras, que tal vez para ellos no signifiquen nada, despreciando que hoy cualquier país es un conjunto multicultural en el que nadie puede presumir de garantía de pureza y en el que, sin excepciones, cabemos todos. Por ese desprecio, cada cierto tiempo, aparecen, para nuestra desgracia, uno o varios iluminados que lo único que pretenden es, como sostiene otro dicho popular, joder la marrana.
            Estoy escuchando en estos momentos, la he buscado a propósito, la bella canción de Carlos Cano en la que dice: Cada vez que gritan patria, pienso en el pueblo y me echo a temblar. No sé si al cantautor granadino lo inspiró la lectura de O’Donnell, uno de los Episodios Nacionales de Pérez Galdós, o conoció directamente un diálogo que se incluía en un artículo de la revista satírica El Padre Cobos, fuente de la que se sirvió también Galdós en su novela.

            Esta revista, El Padre Cobos, se publicó entre 1854 a 1869. Su editor fue Cándido Nocedal, que llegaría a ser Ministro de la Gobernación, y contó con ilustres colaboradores, aunque el principal de ellos fue José de Selgas. Aunque aparecía como Revista de política, literatura y artes, muy pronto derivó hacia la sátira política. No he podido encontrar el número de 1856 en que aparece el diálogo que cita Pérez Galdós y que, según afirma José María Iribarren, tuvo una variante: Cuando oigas tocar el himno de Riego, atranca la puerta.
            Os aseguro que a Zalabardo y a mí nos sucede lo mismo que a los protagonistas la anécdota: en cuanto oímos que se grita reiteradamente ¡Viva la libertad!, ¡Viva la patria!, o los oídos se nos saturan con determinadas tonadas (sin que se sepa bien qué se pretende con ello), nos entran ganas de cerrar la puerta, porque la primera reacción es la de temblar de miedo ante lo que puede venir detrás. En la historia de nuestro país no faltan muestras de lo que digo.

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