martes, octubre 10, 2017

TENER RETRANCA



            “Ahora, si me permite, quisiera hacerle unas preguntas, algo así como un examen de reválida. ¿Está dispuesto?” “¡Si las preguntas no traen retranca...!” “Vamos a ver: ¿a quién llamamos el nieto de las ondas?” (Gonzalo Torrente Ballester: La saga/fuga de J. B.)

Recogida de aceituna con pinza vibradora
            Esta semana llego un poco más tarde. Zalabardo sabe que he estado en Osuna, mi pueblo, presentando mi novela Como médanos. Ha sido un fin de semana de nervios, de inquietud, de preocupación por que todo saliera bien. Y, felizmente, todo ha ido a pedir de boca. Trato exquisito por parte de la directiva del Casino, en uno de sus salones tuvo lugar la presentación, y cálida acogida de mis amigos y paisanos.
            Pero no todo ha sido promoción literaria. Por encima de ello han reinado los actos de camaradería y los momentos dedicados al recuerdo de tiempos ya pasados. El sábado, por ejemplo, Antonio, el marido de Mari Pepa, la compañera de la eterna sonrisa (aunque si lo pienso, ¿hay alguna de mis compañeras que no se distinga por una peculiar sonrisa?), nos propuso dar un paseo por el campo, para ver las faenas de recogida de la aceituna de verdeo. Y allá que nos fuimos.
            ¡Qué diferencia respecto a cómo se recogía la aceituna en los años de mi niñez! La mecanización ha hecho más llevaderas las duras tareas de otros tiempos. Nunca las faenas agrícolas han sido fáciles, pero las aceituneras que vi el otro día en plena labor no han de soportar las dificultades que padecían las de años atrás. Ver cómo la pinza vibradora sujeta a un tractor hace caer la aceituna del árbol y cómo remata la faena la vibradora manual, o cómo de manera mecánica se recoge la aceituna caída sobre las redes, es, al menos para mí, una experiencia nueva, pues he sido testigo de cómo el vareo, el ordeño y la recogida tradicionales parecen haber caído en desuso.

¿Retranca o ataharre?
            Y hablando de caer en desuso. Ahora, en el campo, moderna maquinaria ha relegado al olvido el trabajo de las bestias de carga y tiro. El paso del tiempo, la modificación de los sistemas de trabajo, la aparición de nuevas técnicas, ha supuesto también la pérdida de muchas palabras y ha convertido a no pocos objetos en piezas de museo. Es algo que podemos ver en cualquiera de nuestros pueblos, muchos de los cuales se esfuerzan en recoger y depositar piezas, objetos, utensilios y aperos en pequeños museos etnográficos para evitar su completa desaparición.
            En el hotel  donde nos hemos alojado, me sorprendió ver en una de las esquinas de un bello patio de estilo andaluz, cuidadosamente plastificadas y encuadernadas, unas hojas que ofrecían imágenes y explicaciones sobre correajes y atalajes de animales de carga, tipos de arados antiguos y otros aperos. Y todo, acompañado de su respectivo nombre.
            ¡Cuántos de esos nombres han dejado de tener sentido para la mayoría de la gente! Aunque muchos sigan apareciendo en el diccionario, lo cierto es que son ya palabras agonizantes, si no muertas. Viendo esas láminas, recordé que, en los inicios de mi novela, se dice que cuando se pierde una palabra, se pierde un trozo de la propia vida. 

Silla con baticola
            La sorpresa me la daba la denominación de una de las correas, llamada retranca, que yo desconocía. Cualquier diccionario nos dice que retranca es, en principio, ‘cualquier intención disimulada y oculta’. Y, en segundo lugar, una ‘correa ancha, a manera de ataharre, que forma parte del atalaje y coopera a frenar el vehículo, y aun a hacerlo retroceder’. Pero es que a esa correa yo siempre la he llamado ataharre. Pregunté a amigos que se dedican al campo y me declararon desconocer el término ataharre, que, según el diccionario es una ‘banda que sujeta la silla o albarda, rodea las ancas de la caballería e impide que el aparejo se corra hacia adelante’. Para mayor sorpresa, en la ya citada lámina vi que no aparecía la baticola, una ‘correa sujeta a la silla de montar que pasa por debajo de la cola del animal’. Mi amigo tampoco conocía el término baticola.
            Tres términos hoy extraños, retranca, ataharre y baticola. Los dos primeros me sumieron en una duda grande y doble: ¿qué diferencia a la retranca del ataharre?; y ¿de dónde procede la expresión hablar con retranca o tener algo retranca? Le digo a Zalabardo que, por el momento, no tengo respuesta para ninguna de las dos.

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