domingo, abril 01, 2018

LA SAL, EL SALARIO Y EL SALERO


E si la eglesia fuere cossagrada puede la el obispo reconciliar con el agua benita que el mismo ouiesse fecha.o con la que otro obispo ouiesse bendezido.en que ouiesse uino & sal assi como lo deue auer en la que fazen pora reconciliar las eglesias.                     
(Alfonso X. Primera Partida)

Dice nuestro refranero: Derramar el vino es buena señal; pero no la sal y Si se vierte el salero, faltará la razón, pero no el agüero. Mi paisano Rodríguez Marín recoge el que afirma Sal con tomate, jamón del pobre. Y aún hay otros como: De los olores, el pan; de los sabores, la sal o Al hablar como al guisar, su granito de sal.
            Vemos, pues, que el saber popular pondera la sal y le confiere valor simbólico en ritos de muy diferente naturaleza a la vez que considera de mal agüero derrocharla o derramarla. La sal, le digo a Zalabardo arrastra una larga historia donde se mezclan factores alimentarios, sociales, religiosos, mágicos o, simplemente, supersticiosos. Tendríamos que remontarnos hasta la Biblia, ya que en el Levítico, libro dedicado a explicar los ritos y los sacrificios y cuya primera redacción se atribuye a Moisés (que debió vivir en torno al siglo XV antes de Cristo) leemos: Todo lo que ofrecieres en sacrificio lo has de sazonar con sal; ni faltará del sacrificio la sal de la alianza con Dios. En todas tus ofrendas ofrecerás sal. Y habremos de suponer que no era nada nuevo y su antigüedad era aún mayor. Más tarde, los antiguos romanos, cuando alguien los visitaba, lo primero que hacían era ofrecerle pan y sal en muestra de hospitalidad y respeto. Costumbre que no deberíamos olvidar en este periodo triste en que tantas líneas rojas se trazan y tan reacios somos a debatir y dialogar para lograr puntos de confluencia.

Y aún hay más. Tendríamos que remontarnos a los egipcios para justificar el comienzo de la utilización para los embalsamamientos; o su utilización para preparar salazones y para conservar alimentos; también se emplea en el rito de la bendición del agua o, volvemos a mirar a los romanos, a los soldados se les pagaba con una ración de sal o con el dinero suficiente para adquirirla, de donde procede nuestra palabra salario, ‘retribución justa por el trabajo que se realiza’.
Si entramos en el terreno de creencias populares y supersticiones, podemos pensar la costumbre en el teatro japonés de echar sal sobre el escenario para propiciar el éxito; y los luchadores de sumo realizan la misma acción antes de comenzar cada combate. Hay lugares donde se coloca un plato con sal debajo de la cama de un enfermo para acelerar su mejoría y, entre campesinos, se vierte algo de sal en las esquinas de los establos para proteger a los animales de todo mal.
“¿Entonces —me pregunta Zalabardo— qué hay de la atribución a Da Vinci y su cuadro La última cena, en el que se ve a Judas volcar distraídamente con el codo un salero, la creencia de que derramar la sal tiene mal agüero?” Le digo que no creo que haya que tener tal cosa en cuenta; que es más probable que sea al revés y que el pintor se apoyara en la superstición para introducir la escena en su cuadro.

           Le cuento, por último, la curiosidad del texto de Alfonso X que introduce este apunte. Habla el rey de que había que limpiar y purificar con agua bendita, en que se emplea vino y sal, todo templo en que se haya cometido alguno de estos dos delitos: herir a alguien o cometer fornicación.
            La verdad, le digo a Zalabardo, es que la mayoría de las personas suele afirmar con muchas seriedad que no cree en las supersticiones, aunque, no obstante, muchas son las que evitan coger directamente el salero que le ofrece otra personas y requieren que lo depositen sobre la mesa. Por el contrario, también es frecuente que de la persona que muestra gracia y desparpajo se dice que tiene mucho salero.

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