sábado, abril 14, 2018

OSUNA Y EL DÍA DEL LIBRO


Hay quienes no pueden imaginar un mundo sin pájaros; hay quienes no pueden imaginar un mundo sin agua; en lo que a mí se refiere, soy incapaz de imaginar un mundo sin libros.
(Jorge Luis Borges)

  
          Osuna […] está edificada en la ladera de una de las aisladas colinas que se levantan como avanzadilla de la Serranía de Ronda y tiene delante una gran llanura […] desde donde se puede contemplar una hermosa vista de la colegiata y del colegio al que está unida la Universidad de la ciudad […] Mantiene tres conventos de frailes y dos de monjas…tuve ocasión de conocer a dos interesantes personajes: una monja milagrera y otra desesperada… Así comienza José María Blanco White la descripción de Osuna en una de sus interesantes Cartas de España, que publicó en 1822.
            Zalabardo dice no entender la pasión que siento por mi pueblo, Osuna, sobre todo si se atiende a dos razones: los muchos años que llevo viviendo fuera y el hecho de que nacer en un lugar es solo cuestión de azar. Mantiene mi amigo que ser de Osuna, de las Batuecas, de España, de Uzbekistán o de Senegal no es más que una caprichosa decisión del destino, por lo que, del mismo modo que soy natural de Osuna, podía haberlo sido de Villafranca de los Barros, por poner un ejemplo no demasiado lejano.

           Naturalmente, le doy la razón y le pido que no me considere chovinista, puesto que no lo soy; que no piense que soy de los que llevan la palabra patria continuamente en la boca, pues, como él, rechazo cualquier tipo de nacionalismo y patriotismo, porque todos acaban siendo excluyentes. De mi pueblo, le aclaro, hay cosas que me gustan y cosas que no tanto y desearía que cambiasen. Pero mi pueblo es como es y así lo acepto, pues imagino que también yo tendré cosas que no gusten a los que viven en mi entorno. Lo mío con Osuna es, le digo, un sentimiento, arraigado y profundo, porque en mi interior experimento bullen muchos recuerdos (de lugares y, sobre todo, de personas) que me siguen uniendo al pueblo; y, como cualquier sentimiento, ni se puede explicar racionalmente ni, por supuesto, se ha de intentar imponer a nadie.
            De mi pueblo recuerdo, también, muchas palabras que ya no oigo. Había ocasiones en que ayudaba a mi madre a preparar algofifas con hojas de pita para fregar los suelos; mi padre me pedía que le sacara la damajuana que había metido en el pozo, cogida con una cuerda, para que tuviese el agua fresquita; veía a los hombres que salían a desvaretar los olivos o a los cabreros que regresaban cargados de ramones para sus cabras; jugábamos en las regueras de alguna huerta o en las cámaras de casa de los amigos, donde se guardaban todo tipo de cachivaches o se colgaban de perchas chorizos de la matanza; pasábamos largas horas sentados en el sardinel de cualquier casa conversando; alguien comentaba que una tarea era muy manera; la voz de mi madre reclamaba mi vuelta a casa y yo le pedía que me dejara jugar una mijilla más. Miles de palabras que creía perdidas para siempre.

           La conversación ha salido porque en Osuna, no sé desde cuándo, es costumbre, para celebrar el Día del Libro, editar una antología de textos de autores locales, que se distribuye en un acto organizado a tal fin. Dos circunstancias concurren para que hoy yo le hable a Zalabardo de este asunto: que el acto se celebre en el paraninfo de la antigua Universidad, que luego fue instituto (en él cursé mis estudios de bachillerato) y ahora vuelve a ser Universidad; y, por encima de esto, que me hayan pedido que, en esa celebración, el próximo 23 de abril, sea yo quien hable en nombre de los nueve escritores seleccionados para la antología de relatos que se publicará este año. Eso, para mí, es un honor que no imaginé nunca.
            Digo que somos nueve los autores elegidos para tal evento. Mi nombre se une al de estos otros que cito siguiendo el orden alfabético de sus nombres: Antonio G. Ojeda, Francis López Guerrero, José María Contreras Espuny, José Miguel Suárez Madrid, María Reyes Angulo Pachón, Manuel Jiménez Friaza, Quico Chirino y Víctor Espuny. Solo quiero resaltar tres cosas. Una, la alegría que me produce observar cómo en mi pueblo pervive una antigua inquietud cultural, debida en gran parte a aquella antigua Universidad que más tarde fue mi instituto. La segunda, la circunstancia de que bastantes de nosotros coincidamos en reivindicar el valor del recuerdo y la memoria y convirtamos el pueblo en espacio de nuestros relatos. Y la tercera, el tremendo placer sentido, al leer los cuentos de mis compañeros, viendo cómo ellos han conservado esas palabras que yo creía perdidas y con las que ahora me reencuentro
            Sí, porque leyendo los cuentos de mis compañeros, he recuperado el recuerdo de las damajuanas, de los regueras, de las algofifas y los sardineles, de las cámaras. No voy a afirmar que sean todas palabras específicas de Osuna, cuestión muy difícil de mantener; pero sí puedo decir que muchas de ellas había dejado de oírlas, al menos con el sentido que en el libro se emplean, desde que salí de mi pueblo. Leyendo los cuentos de estos compañeros, le digo a Zalabardo, he sentido una mijilla de pellizco en el corazón, porque esas palabras aún viven.
            Ese es el sentimiento del que le hablaba a Zalabardo. Ese es uno de los hilos que forman la urdimbre sobre la se dibuja el recuerdo que guardo de mi pueblo. El sentimiento que hace que Osuna, sin ser mi patria, sea, no obstante, mi pueblo. A mí me gusta más lo segundo que lo primero. Y, el Día del Libro, espero encontrarme allí con muchos amigos y escuchar atentamente sus palabras. Como Borges, tampoco yo imagino un mundo sin libros.


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